La Espada Láser de Newton
La dificultad de un experimento nos dice mucho acerca de qué tan buena es una teoría... En el fracaso también está el éxito de quien busca la verdad.
30/1/19
Darwin imaginó que existía un ave de pico largo y curvo porque vio una flor de características similares que se beneficiaría de tal animal, más o menos como uno puede imaginar el miembro viril de un animal macho a partir del de su contraparte femenina. Darwin tuvo razón, pero no tanto por su pensamiento elegante y oportuno como por el hecho de que más tarde alguien encontró ese pájaro alimentándose de esa flor.
Sin embargar lo dicho, si uno intenta aplicar ese método especulativo para adivinar la forma del aparato reproductor de un pato macho a partir del conocimiento de su contraparte femenina, probablemente fracase. Primero, porque los patos son muy agresivos, especialmente cuando le quieren tocar los huevos. Y, segundo, porque la vagina de una pata tiene una forma de espiral, y uno pensaría por pura lógica que el pene del pato debe ser espiralado también...
Lo que improbablemente imaginaría sin conocer al macho es que su órgano se retuerce en el sentido opuesto al del de la hembra, lo cual dificulta absurdamente la penetración –y dejaría a Darwin con la boca abierta–. Ese detalle no podría haberse deducido jamás de la sola idea geométrica del órgano genital. Tampoco el hecho de que un pato sólo podría tener buen sexo oral con una serpiente contorsionista.
No hace falta errar en la lógica para llegar a conclusiones erróneas. Tener razón y conocer la verdad son dos cosas esencialmente diferentes. La idea de Darwin es válida aunque jamás se hubiera demostrado que el pájaro existía, es decir: es lógica aunque no fuera verdadera.
Es justamente el hecho de que el experimento pueda fallar en demostrar la teoría lo que la hace valiosa, porque así se puede dejar el error atrás y avanzar hacia mejores ideas. Por lo tanto, y como sólo los hechos pueden demostrarse a sí mismos, una teoría sin experimento posible carece de todo valor.
Antes de continuar, aclaremos que no cualquier experimento sirve. Todos conocemos el método para determinar la inocencia de una bruja: básicamente, se la mata, y, si no muere, era inocente. Tales absurdos ocurren cuando se cuenta con un experimento pero no con una buena idea. La ecuación de la verdad es un binomio compuesto por lógica y experimentación.
Hasta un mono puede hacer encajar un tornillo en una tuerca por prueba y error. Predecir dicha correlación es otro asunto. Y también hay buenos y malos experimentos: No estaría mal teorizar acerca de la existencia de un hombre invisible, pero sería un mal experimento buscarlo con una cámara de fotos. Teoría y práctica son las dos piernas del conocimiento.
Darwin, por ejemplo, recorrió el puto mundo para ver si su idea de la evolución era un hecho.
En la caja de herramienta del buscador de la verdad (que aprecia su tiempo) no puede faltar, junto con la Navaja de Ockham, la Espada Láser de Newton: un arma de defensa filosófica para separar lo útil de lo inútil, cortar por lo sano, sea tanto teórico como práctico.
Dicha espada amenaza:
Aclaremos que un experimento no implica necesariamente la construcción de un colisionador de partículas ni poseer quinientos chimpancés entrenados en mecanografía. Los problemas de la vida cotidiana son simples y generalmente incluyen cosas como la gravedad, gatos y tostadas. En estos casos, hacer el experimento nos tomaría tal vez menos tiempo que discutirlo.
Incluso basta con saber que el experimento es posible y no importan tanto sus resultados: si se lo puede hacer obedeciendo las leyes de la física, es posible hablar lógicamente de ello, aunque sea improbable. Y hablar, a veces, es lo único que está a nuestro alcance.
De hecho, muchos de los grandes descubrimientos científicos comenzaron como "experimentos mentales", por ser imposible en su tiempo o contexto realizar el experimento real. Si la lógica es sólida, no hace falta que el experimento sea inmediatamente tangible, como no hace falta viajar al espacio para asumir la idea de que la Tierra gira al rededor del Sol.
Einstein nunca pudo salir al espacio o siquiera mirarlo a través de buenos telescopios. Todo su laboratorio estaba rodeado por un cráneo; su cerebro era un simulador de posibilidades físicas arrojando astronautas hacia agujeros negros, disparando relojes a la velocidad de la luz y tensando el espacio como si fuera una tela. Nunca tuvo tiempo de comprarse un peine.
Por inaudito que fuera todo eso, era lógico. Aunque impracticables entonces, Einstein sabía que esos experimentos podrían algún día ponerse a prueba en la realidad y así demostrar o desmentir sus teorías cuando fuese posible. Cualquier de los dos desenlaces nos acercaría a la verdad.
Como la de Arturo, esta espada está clavada en un pedestal y para sacarla hay que cumplir ciertos requisitos: para hacer uso de su poder, uno tiene que demostrar lógicamente que puede o no puede hacerse el experimento. Y ahí no hay navaja ni espada ni guillotina que nos pueda ayudar. Hay que sentarse a pensar.
Todo pensamiento es una abstracción, una sustracción. Darwin sustrajo de la flor dos o tres propiedades geométricas que consideró útiles. No tuvo en cuenta, por ejemplo, el color del tallo o su aroma o la cantidad de pétalos, todas cosas que le debieron parecer superficiales si es que siquiera las contempló. Pero podrían haber tenido un rol importante (como el sentido de la espiral en los patos).
Incluso podría haberse encontrado el pájaro imaginado, pero no tener relación alguna con la flor. Pese a todo, seguiría habiendo sido una buena hipótesis. Al demostrarse lo contrario, simplemente pasaría a ser una mala teoría, ya que no se ajustaría a los hechos. Por eso, luego de sentarse a pensar, hay que pararse a experimentar.
Claro que podemos deducir un importante corolario: Si la idea es racional, vale la pena experimentar acerca de ella. En ambos casos, es indispensable estar entrenado en el arte de la lógica, aunque más no sea para hacer el experimento mental...
Supongamos que una chica queda embarazada, pero ella asegura que jamás tuvo sexo. Luego su novio dice que fue violada por un ser invisible, y más tarde otros añaden detalles a la historia para resolver incongruencias. La historia crece como una bola de nieve durante miles de años, construyendo un puzzle cuya imagen no representa nada visto en la realidad, aunque sus piezas hayan podido provenir de diferentes verdades.
Quién sabe... ¡Podría pasar! Aunque, obviamente, su hijo debería ser mujer porque sólo tendría cromosomas X... pero eso es sólo un detalle nerd.
La Espada Láser de Newton apunta hacia la posibilidad de conocer, aunque no sea demostrable hoy ni por tiempo indefinido. Pero todos sabemos que en algún momento tendremos la oportunidad de probar, por ejemplo, si es posible sobrevivir en Marte, y vale la pena discutirlo. Más aún: es necesario hacerlo, como es necesario hablar acerca de una sociedad mejor para que esa posibilidad gane fuerza y una dirección conveniente.
Al igual que en las relaciones de pareja, no todo es blanco o negro. El enamorado anónimo suele preguntarse si le gusta a ella o no. Pero omite que la atracción no es algo binario, algo de "sí o no", sino que es una escala analógica. Ella puede gustar de él más o menos de lo que él desea. Y el trabajo de él, obviamente, es lograr que gustarle más, seduciéndola.
Y al debatir sobre ideas hacemos ese trabajo: más que dar un paso hacia ella, acercamos la utopía, la atraemos, la seducimos. ¿Y qué es aquella mujer sino una utopía para nuestro enamorado, algo deseable que no ha demostrado ser imposible aún?
Si el amante no tiene forma de corroborar los sentimientos de su amada, no vale la pena siquiera pensar en su amor –diría Newton en una noche melancólica–. Pero, si el experimento es posible, sea bueno o malo el resultado, vale la pena no sólo hablar de ello sino también hacerlo, porque en el fracaso también está el éxito de quien busca la verdad.
Toda invención, material o intelectual, comienza como un experimento. Recientemente expuse la idea de que es posible generar la propia electricidad tan fácilmente como el propio fuego. Y no es un secreto que casi nadie sabe hacer fuego, pero que todos podemos. Ahora también podemos intentar experimentarlo...
La importancia de los experimentos
Sin embargar lo dicho, si uno intenta aplicar ese método especulativo para adivinar la forma del aparato reproductor de un pato macho a partir del conocimiento de su contraparte femenina, probablemente fracase. Primero, porque los patos son muy agresivos, especialmente cuando le quieren tocar los huevos. Y, segundo, porque la vagina de una pata tiene una forma de espiral, y uno pensaría por pura lógica que el pene del pato debe ser espiralado también...
Lo que improbablemente imaginaría sin conocer al macho es que su órgano se retuerce en el sentido opuesto al del de la hembra, lo cual dificulta absurdamente la penetración –y dejaría a Darwin con la boca abierta–. Ese detalle no podría haberse deducido jamás de la sola idea geométrica del órgano genital. Tampoco el hecho de que un pato sólo podría tener buen sexo oral con una serpiente contorsionista.
No hace falta errar en la lógica para llegar a conclusiones erróneas. Tener razón y conocer la verdad son dos cosas esencialmente diferentes. La idea de Darwin es válida aunque jamás se hubiera demostrado que el pájaro existía, es decir: es lógica aunque no fuera verdadera.
Es justamente el hecho de que el experimento pueda fallar en demostrar la teoría lo que la hace valiosa, porque así se puede dejar el error atrás y avanzar hacia mejores ideas. Por lo tanto, y como sólo los hechos pueden demostrarse a sí mismos, una teoría sin experimento posible carece de todo valor.
Antes de continuar, aclaremos que no cualquier experimento sirve. Todos conocemos el método para determinar la inocencia de una bruja: básicamente, se la mata, y, si no muere, era inocente. Tales absurdos ocurren cuando se cuenta con un experimento pero no con una buena idea. La ecuación de la verdad es un binomio compuesto por lógica y experimentación.
Hasta un mono puede hacer encajar un tornillo en una tuerca por prueba y error. Predecir dicha correlación es otro asunto. Y también hay buenos y malos experimentos: No estaría mal teorizar acerca de la existencia de un hombre invisible, pero sería un mal experimento buscarlo con una cámara de fotos. Teoría y práctica son las dos piernas del conocimiento.
Darwin, por ejemplo, recorrió el puto mundo para ver si su idea de la evolución era un hecho.
La Espada Láser de Newton
En la caja de herramienta del buscador de la verdad (que aprecia su tiempo) no puede faltar, junto con la Navaja de Ockham, la Espada Láser de Newton: un arma de defensa filosófica para separar lo útil de lo inútil, cortar por lo sano, sea tanto teórico como práctico.
Dicha espada amenaza:
Si algo no puede comprobarse mediante un experimento, no vale la pena debatir acerca de ello. Dicho así, suena extremista, pero es extrema su utilidad. Quiere decir: La dificultad de un experimento nos dice mucho acerca de qué tan buena es una teoría, especialmente antes de embarcarnos hacia una tempestad filosófica sin garantía de arribo ni retorno.
Aclaremos que un experimento no implica necesariamente la construcción de un colisionador de partículas ni poseer quinientos chimpancés entrenados en mecanografía. Los problemas de la vida cotidiana son simples y generalmente incluyen cosas como la gravedad, gatos y tostadas. En estos casos, hacer el experimento nos tomaría tal vez menos tiempo que discutirlo.
Incluso basta con saber que el experimento es posible y no importan tanto sus resultados: si se lo puede hacer obedeciendo las leyes de la física, es posible hablar lógicamente de ello, aunque sea improbable. Y hablar, a veces, es lo único que está a nuestro alcance.
De hecho, muchos de los grandes descubrimientos científicos comenzaron como "experimentos mentales", por ser imposible en su tiempo o contexto realizar el experimento real. Si la lógica es sólida, no hace falta que el experimento sea inmediatamente tangible, como no hace falta viajar al espacio para asumir la idea de que la Tierra gira al rededor del Sol.
Einstein nunca pudo salir al espacio o siquiera mirarlo a través de buenos telescopios. Todo su laboratorio estaba rodeado por un cráneo; su cerebro era un simulador de posibilidades físicas arrojando astronautas hacia agujeros negros, disparando relojes a la velocidad de la luz y tensando el espacio como si fuera una tela. Nunca tuvo tiempo de comprarse un peine.
Por inaudito que fuera todo eso, era lógico. Aunque impracticables entonces, Einstein sabía que esos experimentos podrían algún día ponerse a prueba en la realidad y así demostrar o desmentir sus teorías cuando fuese posible. Cualquier de los dos desenlaces nos acercaría a la verdad.
Marcando la N de Newton
Como la de Arturo, esta espada está clavada en un pedestal y para sacarla hay que cumplir ciertos requisitos: para hacer uso de su poder, uno tiene que demostrar lógicamente que puede o no puede hacerse el experimento. Y ahí no hay navaja ni espada ni guillotina que nos pueda ayudar. Hay que sentarse a pensar.
Todo pensamiento es una abstracción, una sustracción. Darwin sustrajo de la flor dos o tres propiedades geométricas que consideró útiles. No tuvo en cuenta, por ejemplo, el color del tallo o su aroma o la cantidad de pétalos, todas cosas que le debieron parecer superficiales si es que siquiera las contempló. Pero podrían haber tenido un rol importante (como el sentido de la espiral en los patos).
Incluso podría haberse encontrado el pájaro imaginado, pero no tener relación alguna con la flor. Pese a todo, seguiría habiendo sido una buena hipótesis. Al demostrarse lo contrario, simplemente pasaría a ser una mala teoría, ya que no se ajustaría a los hechos. Por eso, luego de sentarse a pensar, hay que pararse a experimentar.
Claro que podemos deducir un importante corolario: Si la idea es racional, vale la pena experimentar acerca de ella. En ambos casos, es indispensable estar entrenado en el arte de la lógica, aunque más no sea para hacer el experimento mental...
Supongamos que una chica queda embarazada, pero ella asegura que jamás tuvo sexo. Luego su novio dice que fue violada por un ser invisible, y más tarde otros añaden detalles a la historia para resolver incongruencias. La historia crece como una bola de nieve durante miles de años, construyendo un puzzle cuya imagen no representa nada visto en la realidad, aunque sus piezas hayan podido provenir de diferentes verdades.
Quién sabe... ¡Podría pasar! Aunque, obviamente, su hijo debería ser mujer porque sólo tendría cromosomas X... pero eso es sólo un detalle nerd.
La espada y la utopía
La Espada Láser de Newton apunta hacia la posibilidad de conocer, aunque no sea demostrable hoy ni por tiempo indefinido. Pero todos sabemos que en algún momento tendremos la oportunidad de probar, por ejemplo, si es posible sobrevivir en Marte, y vale la pena discutirlo. Más aún: es necesario hacerlo, como es necesario hablar acerca de una sociedad mejor para que esa posibilidad gane fuerza y una dirección conveniente.
Al igual que en las relaciones de pareja, no todo es blanco o negro. El enamorado anónimo suele preguntarse si le gusta a ella o no. Pero omite que la atracción no es algo binario, algo de "sí o no", sino que es una escala analógica. Ella puede gustar de él más o menos de lo que él desea. Y el trabajo de él, obviamente, es lograr que gustarle más, seduciéndola.
Y al debatir sobre ideas hacemos ese trabajo: más que dar un paso hacia ella, acercamos la utopía, la atraemos, la seducimos. ¿Y qué es aquella mujer sino una utopía para nuestro enamorado, algo deseable que no ha demostrado ser imposible aún?
Si el amante no tiene forma de corroborar los sentimientos de su amada, no vale la pena siquiera pensar en su amor –diría Newton en una noche melancólica–. Pero, si el experimento es posible, sea bueno o malo el resultado, vale la pena no sólo hablar de ello sino también hacerlo, porque en el fracaso también está el éxito de quien busca la verdad.
Toda invención, material o intelectual, comienza como un experimento. Recientemente expuse la idea de que es posible generar la propia electricidad tan fácilmente como el propio fuego. Y no es un secreto que casi nadie sabe hacer fuego, pero que todos podemos. Ahora también podemos intentar experimentarlo...