¿Qué es el tiempo? - Parte II
Si hay varios universos, el nuestro, desde afuera, es completamente estático.
7/8/14
Si existen varios universos, el nuestro visto desde afuera debería parecer completamente estático, ya que el tiempo sólo existe dentro de él... Y existe como una mera ilusión de sus ocupantes. Intentaré describir esta idea, que es mucho más simple de lo que parece y, por lo tanto, más difícil de comprender, igual que todo lo que parece complejo, como el funcionamiento de un espejo y otras cosas que damos por hechas...
El universo es demasiado grande para experimentarlo por completo. No sólo estamos limitados a ver en una determinada dirección u oír lo que se encuentra a cierta distancia, perdiéndonos lo que hay detrás o más lejos, sino que además sólo podemos percibir el estado del universo en un punto específico del tiempo. Esto que parece tan evidente oculta la naturaleza de la realidad que existe detrás de nuestras nucas y resuena también a millones de años luz...
Experimentamos el universo de manera local, tanto espacial como temporalmente, paso a paso como quien observa frente a sí desfilar uno por uno los fotogramas de una película que ya está grabada por completo.
Pero alguien que observase "desde afuera" del universo podría experimentarlo todo al unísono, verlo como realmente es: una colección estática de imágenes también inmutables, una película ya terminada. Y voy a demostrarte que es posible imaginar el universo desde afuera para atestiguar mentalmente la quietud del tiempo...
Es evidente que nosotros, al estar dentro del universo, no podemos verlo por completo. Pero, ¿por qué estamos obligados a percibir el tiempo por partes? No es que el universo sea "proyectado" para nosotros. El error podría ser pensar que el tiempo pasa, que las cosas cambian mientras nosotros permanecemos inalterables. Obviamente, nosotros cambiamos junto con el universo porque somos partes de él; somos distintos en cada instante porque somos segmentos de un cosmos cambiante.
En otra ocasión pensaremos por qué cambiamos. Por ahora, basta con saber que ni siquiera la memoria permanece idéntica en cada fotograma o instante que vivimos: en cada cual de ellos, la nueva información se añade a la anterior o modifica la ya impresa por cuadros previos. Tenemos memoria en el mismo sentido en que tiene memoria la arena de una playa al repetir la forma de sus olas: grabamos físicamente lo que experimentamos, lo simplificamos químicamente, lo sobrescribimos eléctricamente y finalmente... se borra.
Nada permanece igual en nosotros, como ningún grano de arena forma parte de la arena de principio a fin de su existencia. Por ejemplo: nos recubre una capa elástica llamada epidermis, que es de casi dos metros cuadrados y dura apenas cinco días, estando continuamente en renovación. A lo largo de su período útil, nuestra fina orilla de piel deja un rastro de 20 kg de células muertas que también modifican al resto del universo.
La misma arena no podría hacer eco de las olas si no cambiara junto con ellas.
Somos arena sensible a cinco tipos de olas que captamos con lo que llamamos "sentidos". Y, así como la arena de la playa es más o menos siempre la misma pero nunca es igual, nosotros cambiamos sin dejar de ser nosotros mismos. De hecho, dejamos de ser cuando ya no podemos cambiar, cuando nuestra maquinaria es incapaz de mover sus engranajes para transformar energía y así competir con el resto del universo que nos erosiona imperceptiblemente.
Nada de esto, que es subjetivo, tiene relevancia si se observa desde afuera el universo, a través de los ojos de alguien que no cambia junto con él...
Si analizamos la mencionada cinta cinematográfica, en el fondo encontraremos átomos que la constituyen, electrones que se mueven, fuerzas que en su interior interactúan para sostenerla, luz que atraviesa sus cuadros para darles vida, ilusión de movimiento. Pero nuestro universo para el observador externo sería como una cinta absolutamente congelada donde ni sus electrones se pudieran mover; oscura, porque no habría luz externa que proyectase sus fotogramas.
Y así también veríamos nosotros otro universo: no percibiríamos cambio alguno en él, no lo veríamos evolucionar porque sus procesos no nos afectarían, no alterarían ningún engranaje de nuestra maquinaria física; ni una sombra se escaparía de su propia película. Estaríamos separados de ese universo y de sus leyes, que no se aplicarían a nosotros: eso –y únicamente eso– lo haría "otro" universo.
Por supuesto, en realidad, ni siquiera podríamos ver ese otro universo porque la luz no tendría un espacio por el cual viajar desde él hasta el nuestro. Cada universo es un cuarto oscuro. No habría forma de medir sus eventos internos a menos que, tendiendo alguna especie de puente, convirtiéramos momentáneamente ambos universos en uno.
Lo importante es que podría de hecho haber otras realidades no tan lejos, universos "paralelos" cuyas leyes no nos tocan (a no ser en el infinito de la imaginación). Y hay una posible evidencia de todo esto...
Si la teoría de gravedad cuántica va por un camino más o menos recto, los agujeros negros deberían transformarse en agujeros blancos: un evento opuesto que escupa materia y energía desde un punto infinitesimal. Más interesante aún: el cambio de color de un agujero debería ser instantáneo: ni bien comienza a formarse un agujero negro, un agujero blanco debería surgir en su lugar. No se trataría de especies de portales dimensionales, sino del mismo objeto cambiando.
Cualquiera diría que la teoría es incorrecta, porque obviamente esta transformación no se ha visto jamás, pero evidentemente la Sra. Cualquiera no ha leído suficiente física... Sucede que, debido a que la gravedad deforma el espacio-tiempo en su interior, los observadores externos como nosotros verían al agujero negro durar billones de años.
Cuando, en su propio tiempo, la transformación estuviese lista, veríamos emerger al agujero blanco como a una mariposa de su crisálida, sin habernos enterado del largo proceso intermedio.
Tal vez al final no exista tal cosa como un agujero blanco. O tal vez, como un superhéroe con visión de rayos X tratando de mirarse al espejo, nunca lo sabremos. Pero no lo necesitamos porque el agujero negro por sí mismo es nuestro mejor ejemplo de otro universo: ninguna de las leyes de la física que conocemos parece cumplirse dentro de él, y, sea cual sea al física que haya en su interior, no tenemos evidencias de que trascienda más allá de su horizonte. Desde nuestro punto de vista, el tiempo tampoco existe dentro de un agujero negro.
En este experimento mental, lo dicho nos alcanza para imaginar la irregularidad de lo que llamamos tiempo, que puede reducirse incluso a cero desde nuestra privilegiada perspectiva exterior a esos oscuros universos que fabrica la fuerza de gravedad.
El sólo hecho de que existan agujeros sin tiempo (o donde el tiempo es diferente) nos sugiere que, desde afuera o para una visión omnisciente, el conjunto no podría verse cambiar a ritmo concreto alguno porque éste depende de la ubicación del observador, como vimos en el tomo anterior.
Cualquiera estaría dispuesto a aceptar que el pasado no existe, al menos no del mismo modo que el presente, pero esa confianza puede titubear al pensar que este presente será pronto pasado también. Así que, o bien todo existe sólo por un instante, o todo (pasado, presente y futuro) existe –o no existe– del mismo modo, con igual fuerza.
Como sea, parece que pasado, presente y futuro son igualmente reales. Más aún, son iguales en que sólo existen para el observador que se mueve con ellos. Cualquiera que haya viajado lo sabe: el paisaje de esa ruta, en realidad, no se mueve, como tampoco se mueve un mural cuando nuestra vista recorre sus pinceladas estáticas. Esa ilusión la crea nuestro pasaje por el paisaje, nuestro cambio de perspectiva sobre el cuadro.
Habrás deducido que todo esto tiene ciertas implicaciones deterministas: nacimiento, vida y muerte, todo es algo ya tallado en un Todo atemporal que nosotros vamos explorando por partes; un Todo que, a su vez, sugiere con bastante insistencia que el libre albedrío también es una ilusión, ya que no existe transcurso de las cosas. Pero yo no estaría tan seguro de eso...
Cada átomo del universo, cada partícula de materia y energía es un engranaje que mueve a todos los demás y es a su vez movido por ellos; todo el universo está en equilibrio. Y nosotros estamos hechos de esos engranajes también. Si bien factores externos nos mueven, nosotros también somos piezas móviles de su maquinaria.
Las formas de vida incluso tenemos una ventaja: podemos desencadenar una enorme cantidad de cambios, generar una inmensa cantidad de entropía, tanto como ninguna otra cosa en el universo en proporción a su tamaño y su corta existencia.
La estrella sólo puede ser estrella. En cambio, las formas de vida podemos, en potencia, crear desde una partícula subatómica hasta una explosión de proporciones galácticas con suficiente potencia como para enviar a Dios al Infierno. Esa libertad de transformación a voluntad tal vez sea el libre albedrío.
Imagina un rayo de luz recorriendo de punta a punta el universo. Para él, el tiempo es una cosa muy diferente de lo que es para nosotros, criaturas estáticas, siempre merodeando el mismo planeta en un punto más o menos tranquilo del cosmos. Para el rayo, todo se mueve a la velocidad de la luz, incluso nosotros, incluso las otras luces; para el rayo, no existe poder de cambiar su curso ni su destino, el universo simplemente se curva a su alrededor hasta volverse negro; para el rayo, el tiempo es eterno, pero no puede hacer nada con él. Envidia le debe dar nuestra corta existencia, nuestro pequeño tamaño y nuestra preocupación por no saber qué hay más allá.
El tiempo "desde afuera"
El universo es demasiado grande para experimentarlo por completo. No sólo estamos limitados a ver en una determinada dirección u oír lo que se encuentra a cierta distancia, perdiéndonos lo que hay detrás o más lejos, sino que además sólo podemos percibir el estado del universo en un punto específico del tiempo. Esto que parece tan evidente oculta la naturaleza de la realidad que existe detrás de nuestras nucas y resuena también a millones de años luz...
Experimentamos el universo de manera local, tanto espacial como temporalmente, paso a paso como quien observa frente a sí desfilar uno por uno los fotogramas de una película que ya está grabada por completo.
Pero alguien que observase "desde afuera" del universo podría experimentarlo todo al unísono, verlo como realmente es: una colección estática de imágenes también inmutables, una película ya terminada. Y voy a demostrarte que es posible imaginar el universo desde afuera para atestiguar mentalmente la quietud del tiempo...
Es evidente que nosotros, al estar dentro del universo, no podemos verlo por completo. Pero, ¿por qué estamos obligados a percibir el tiempo por partes? No es que el universo sea "proyectado" para nosotros. El error podría ser pensar que el tiempo pasa, que las cosas cambian mientras nosotros permanecemos inalterables. Obviamente, nosotros cambiamos junto con el universo porque somos partes de él; somos distintos en cada instante porque somos segmentos de un cosmos cambiante.
En otra ocasión pensaremos por qué cambiamos. Por ahora, basta con saber que ni siquiera la memoria permanece idéntica en cada fotograma o instante que vivimos: en cada cual de ellos, la nueva información se añade a la anterior o modifica la ya impresa por cuadros previos. Tenemos memoria en el mismo sentido en que tiene memoria la arena de una playa al repetir la forma de sus olas: grabamos físicamente lo que experimentamos, lo simplificamos químicamente, lo sobrescribimos eléctricamente y finalmente... se borra.
Nada permanece igual en nosotros, como ningún grano de arena forma parte de la arena de principio a fin de su existencia. Por ejemplo: nos recubre una capa elástica llamada epidermis, que es de casi dos metros cuadrados y dura apenas cinco días, estando continuamente en renovación. A lo largo de su período útil, nuestra fina orilla de piel deja un rastro de 20 kg de células muertas que también modifican al resto del universo.
La misma arena no podría hacer eco de las olas si no cambiara junto con ellas.
Somos arena sensible a cinco tipos de olas que captamos con lo que llamamos "sentidos". Y, así como la arena de la playa es más o menos siempre la misma pero nunca es igual, nosotros cambiamos sin dejar de ser nosotros mismos. De hecho, dejamos de ser cuando ya no podemos cambiar, cuando nuestra maquinaria es incapaz de mover sus engranajes para transformar energía y así competir con el resto del universo que nos erosiona imperceptiblemente.
Nada de esto, que es subjetivo, tiene relevancia si se observa desde afuera el universo, a través de los ojos de alguien que no cambia junto con él...
Oscuros universos
Si analizamos la mencionada cinta cinematográfica, en el fondo encontraremos átomos que la constituyen, electrones que se mueven, fuerzas que en su interior interactúan para sostenerla, luz que atraviesa sus cuadros para darles vida, ilusión de movimiento. Pero nuestro universo para el observador externo sería como una cinta absolutamente congelada donde ni sus electrones se pudieran mover; oscura, porque no habría luz externa que proyectase sus fotogramas.
Y así también veríamos nosotros otro universo: no percibiríamos cambio alguno en él, no lo veríamos evolucionar porque sus procesos no nos afectarían, no alterarían ningún engranaje de nuestra maquinaria física; ni una sombra se escaparía de su propia película. Estaríamos separados de ese universo y de sus leyes, que no se aplicarían a nosotros: eso –y únicamente eso– lo haría "otro" universo.
Por supuesto, en realidad, ni siquiera podríamos ver ese otro universo porque la luz no tendría un espacio por el cual viajar desde él hasta el nuestro. Cada universo es un cuarto oscuro. No habría forma de medir sus eventos internos a menos que, tendiendo alguna especie de puente, convirtiéramos momentáneamente ambos universos en uno.
Lo importante es que podría de hecho haber otras realidades no tan lejos, universos "paralelos" cuyas leyes no nos tocan (a no ser en el infinito de la imaginación). Y hay una posible evidencia de todo esto...
Agujeros negros y tiempo
Si la teoría de gravedad cuántica va por un camino más o menos recto, los agujeros negros deberían transformarse en agujeros blancos: un evento opuesto que escupa materia y energía desde un punto infinitesimal. Más interesante aún: el cambio de color de un agujero debería ser instantáneo: ni bien comienza a formarse un agujero negro, un agujero blanco debería surgir en su lugar. No se trataría de especies de portales dimensionales, sino del mismo objeto cambiando.
Cualquiera diría que la teoría es incorrecta, porque obviamente esta transformación no se ha visto jamás, pero evidentemente la Sra. Cualquiera no ha leído suficiente física... Sucede que, debido a que la gravedad deforma el espacio-tiempo en su interior, los observadores externos como nosotros verían al agujero negro durar billones de años.
Cuando, en su propio tiempo, la transformación estuviese lista, veríamos emerger al agujero blanco como a una mariposa de su crisálida, sin habernos enterado del largo proceso intermedio.
Tal vez al final no exista tal cosa como un agujero blanco. O tal vez, como un superhéroe con visión de rayos X tratando de mirarse al espejo, nunca lo sabremos. Pero no lo necesitamos porque el agujero negro por sí mismo es nuestro mejor ejemplo de otro universo: ninguna de las leyes de la física que conocemos parece cumplirse dentro de él, y, sea cual sea al física que haya en su interior, no tenemos evidencias de que trascienda más allá de su horizonte. Desde nuestro punto de vista, el tiempo tampoco existe dentro de un agujero negro.
En este experimento mental, lo dicho nos alcanza para imaginar la irregularidad de lo que llamamos tiempo, que puede reducirse incluso a cero desde nuestra privilegiada perspectiva exterior a esos oscuros universos que fabrica la fuerza de gravedad.
El sólo hecho de que existan agujeros sin tiempo (o donde el tiempo es diferente) nos sugiere que, desde afuera o para una visión omnisciente, el conjunto no podría verse cambiar a ritmo concreto alguno porque éste depende de la ubicación del observador, como vimos en el tomo anterior.
Conclusiones temporales
Cualquiera estaría dispuesto a aceptar que el pasado no existe, al menos no del mismo modo que el presente, pero esa confianza puede titubear al pensar que este presente será pronto pasado también. Así que, o bien todo existe sólo por un instante, o todo (pasado, presente y futuro) existe –o no existe– del mismo modo, con igual fuerza.
Como sea, parece que pasado, presente y futuro son igualmente reales. Más aún, son iguales en que sólo existen para el observador que se mueve con ellos. Cualquiera que haya viajado lo sabe: el paisaje de esa ruta, en realidad, no se mueve, como tampoco se mueve un mural cuando nuestra vista recorre sus pinceladas estáticas. Esa ilusión la crea nuestro pasaje por el paisaje, nuestro cambio de perspectiva sobre el cuadro.
Habrás deducido que todo esto tiene ciertas implicaciones deterministas: nacimiento, vida y muerte, todo es algo ya tallado en un Todo atemporal que nosotros vamos explorando por partes; un Todo que, a su vez, sugiere con bastante insistencia que el libre albedrío también es una ilusión, ya que no existe transcurso de las cosas. Pero yo no estaría tan seguro de eso...
Cada átomo del universo, cada partícula de materia y energía es un engranaje que mueve a todos los demás y es a su vez movido por ellos; todo el universo está en equilibrio. Y nosotros estamos hechos de esos engranajes también. Si bien factores externos nos mueven, nosotros también somos piezas móviles de su maquinaria.
Las formas de vida incluso tenemos una ventaja: podemos desencadenar una enorme cantidad de cambios, generar una inmensa cantidad de entropía, tanto como ninguna otra cosa en el universo en proporción a su tamaño y su corta existencia.
La estrella sólo puede ser estrella. En cambio, las formas de vida podemos, en potencia, crear desde una partícula subatómica hasta una explosión de proporciones galácticas con suficiente potencia como para enviar a Dios al Infierno. Esa libertad de transformación a voluntad tal vez sea el libre albedrío.
Imagina un rayo de luz recorriendo de punta a punta el universo. Para él, el tiempo es una cosa muy diferente de lo que es para nosotros, criaturas estáticas, siempre merodeando el mismo planeta en un punto más o menos tranquilo del cosmos. Para el rayo, todo se mueve a la velocidad de la luz, incluso nosotros, incluso las otras luces; para el rayo, no existe poder de cambiar su curso ni su destino, el universo simplemente se curva a su alrededor hasta volverse negro; para el rayo, el tiempo es eterno, pero no puede hacer nada con él. Envidia le debe dar nuestra corta existencia, nuestro pequeño tamaño y nuestra preocupación por no saber qué hay más allá.
Amo cada post con esta carga tan trascendental, por así decirlo.
ResponderEliminarSiento lo que mis amigos sienten al "echarse los plones".
Hacía tiempo que no te leía, los últimos dos párrafos son exquisitos Ayreo! Me dieron ganas de escribir algo sobre la envidia del rayo.. está para un cuentito, no? jaja Gracias, saludos
ResponderEliminar¿por que para el rayo incluso nosotros nos moveriamos a la velocidad de la luz?, ¿no seriamos para el rayo simples criaturas estaticas?
ResponderEliminarSi el rayo tuviera ojos, vería todo a su alrededor moverse a la velocidad e la luz, que es su velocidad, así como desde un tren se vería todo lo demás moverse a la velocidad del tren (más o menos la velocidad de cada cosa). En el caso del rayo, lo "estático", obviamente, aparece y desaparece de su vista a la velocidad de la luz; lo que se acerca también, porque no se puede sumar nada a dicha velocidad, que es máxima; y lo que se aleja (es decir, que avanza en la misma dirección que el rayo) o bien es luz (y va a la velocidad de la luz) o bien es un objeto que nunca podrá tener suficiente velocidad como para que, al restarla, haga alguna diferencia importante. Pero, principalmente, la luz no tiene un punto de referencia al cual llamar quietud (como nosotros tenemos la Tierra); la luz es el punto de referencia.
ResponderEliminarsería posible que existan universos dentro de otros universos? Sería plausible imaginar un metauniverso fractal?
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