Micronaciones
Si te interesa crear tu propio país, sigue estas instrucciones.
20/6/14
Si te interesa crear tu propio país, sigue estas instrucciones. Podrás ser rey o presidente, tener una estatua o tu cara en un billete y crear tus propias leyes y equipo de fútbol para jugar en el mundial. Cada nación fue inventada algún día de alguna manera, y todavía hay lugar para más, sin necesidad de grandes territorios ni elevadas poblaciones, cumpliendo requisitos mínimos prácticamente virtuales y al alcance de cualquiera...
Para decirlo en pocas palabras: las micronaciones son.
Bueno, usaré algunas palabras más...
Para que seas humano, entre otras cosas, tiene que haber otros humanos que te reconozcan como tal. Basta con intentar hacer valer tus derechos frente a un león hambriento para comprobarlo. Con las naciones pasa igual: por muchos requisitos técnicos que cumpla una colectividad –aunque medio planeta ocupe–, no será nación hasta que otras naciones lo concedan. Mientras tanto, será una micronación. Gente hay –y mucha– que intentó formar su propio imperio desde cero o menos uno; muchos fracasaron y algunos triunfaron, pero todos nos pueden servir de ejemplo...
El Imperio de Aérica tiene un día festivo destinado a dejar las cosas para mañana: el 2 de enero (aunque supongo que a veces no tienen ganas de festejar y lo dejan para el 3). Su calendario también es muy práctico en otros aspectos: por ejemplo, el 28 de agosto se festejan todos los eventos históricos relevantes y el 2 de junio se honra a todas las personas que no tienen un día propio.
Aérica también tiene otras características seductoras: Su religión oficial es el Silinismo, cuyos practicantes adoran al Gran Pingüino y juran honrar el mandato de que el humor es sagrado y que el universo ha de ser objeto de risa. Y –más importante que eso y que la libertad de cultos– la Constitución aericana deja bien claro que ningún individuo tiene derecho a molestar a otro con su religión a menos que ya forme parte de ella. Entre los otros fantásticos y dignos de imitar derechos que contempla dicha Constitución existe el de financiar la educación, la salud y la ciencia si el gobierno no lo hace –derecho que todos poseemos de forma natural pero que nadie predica ni ejerce–.
Ya te estarás preguntando dónde queda Aérica para pedir la ciudadanía. Aerica es una nación básicamente online. Este imperio posee territorios tanto terrestres como extraterrestres, incluyendo una parcela de casi 3 km2 en Marte y todo el hemisferio norte de Plutón, o al menos así lo reclama. En la Tierra, posee seis territorios no reconocidos. (Para hacerse ciudadano de Aerica sólo hay que rellenar una solicitud.)
Si Aérica tuviese terrenos más tangibles y prácticos, sería una auténtica nación. Pero hay modos más modestos de lograr el mismo objetivo –si tu plan es tener una nación propia–. Ejemplifiquemos...
Cierta vez, un artista vienés decidió vivir en una esfera. Pero las leyes no permitían construir una casa de tales características, así que el caprichoso arquitecto declaró unilateralmente su terreno como una nación soberana (donde se aplicarían sus propias leyes); se negó a pagar impuestos o rendir cuentas a otro Estado que el suyo y el presidente de Austria lo perdonó.
Esta micro-nación, aunque pequeña en territorio y nacida como una estratagema legal y manifiesto artístico, hoy tiene cientos de ciudadanos no-residentes de quien es presidente el dueño de la casa, quien actualmente se encuentra exiliado de su propio territorio (se mudó). Pero tanto él como el resto de sus ciudadanos tienen nacionalidad y pasaporte de Kugelmugel, la casa esférica de la exclusiva calle Antifaschismus. Su única diferencia con una nación tradicional es la falta de reconocimiento de otros Estados...
Una micronación, entonces, se comprende en parte como un territorio soberano, legalmente autónomo. Pero supongamos que deseas crear tu propia nación sin siquiera tener un terreno. Algunas micronaciones, por carecer de propiedad habitable, se han fundado en naves en alta mar o proclaman su domicilio en otros planetas o simplemente en el espacio...
Si Plutón es demasiado frío para tus planes de expansión o las casas esféricas te marean, te doy un ejemplo mucho más realista (y comprobado): puede tomarse un lugar físico que no pertenezca a nadie, como lo ejemplifica el Principado de Sealand, cuyos ciudadanos habitan una plataforma marina cercana a las costas del Reino Unido y que además es un instructivo de cómo ganarse el reconocimiento de otras naciones, que es lo que vale para llamarse "nación"...
El padre del actual Príncipe de Sealand y su familia ocuparon ese espacio en 1967, cuando estaba abandonado en alta mar y era legalmenteTerra Nullius . Tras una invitación forzosa de la armada, el autoproclamado Príncipe (todavía ciudadano británico) fue llevado a juicio. El juez, sin embargo, aceptó que no tenía jurisdicción donde había ocurrido el incidente. Este veredicto fue, sin quererlo, un reconocimiento tácito de la autonomía del Principado de Sealand. Pero la mejor parte vino después...
El método de tomar prisioneros de guerra puede no ser el más elegante ni ético, pero dejó clara su eficacia frente a la ley humana (que no siempre es racional). Cualquier otra forma que obligue a otra nación a aceptar sus reglas como válidas dentro de su territorio sería igualmente efectiva. Quizás sea por algo similar que los Estados Unidos se nieguen a "negociar con terroristas", porque implicaría de algún modo reconocer su legitimidad (y después ¿con qué excusa invadirían su territorio?).
Si no hay plataformas a la vista sobre el mar, podrías hacer como hizo un millonario de Las Vegas al fundar la República de Minerva: encontrar un arrecife en medio del océano y cubrirlo con miles de toneladas de arena, de a poco, para conquistar un nuevo territorio sin molestar a nadie y crear un paraíso libre de impuestos y garras capitalistas. En cualquier caso, conviene hacerlo lejos de Tonga para que su Rey, como le hizo a nuestro excéntrico millonario, no te invada y reclame el nuevo suelo por la fuerza. De hecho, conviene alejarse lo más posible de cualquiera. Puede ser difícil encontrar lugar para una nueva nación, especialmente en un universo donde todas las formas de vida en un radio de al menos 4,2 años luz se apelmazan sobre un mismo punto.
La historia de Minerva, por sus vecinos, no tuvo final feliz ni largo nudo, pero la idea no era mala.
Otros lugares para fundar una nueva nación son los llamados Terra Nullius: actualmente existen en el planeta Tierra dos territorios no reclamados por ningún país. Por supuesto, también existen cientos de zonas reclamadas por más de un país sin que pertenezcan legalmente a ninguno, y no haría daño que te sumaras a la disputa. Quizás tengas mejor suerte y hasta les quites un peso de encima. Hasta podrías crear la Nación de los Territorios en Disputa, cuya principal actividad económica –sugiere Poronguetti a mi lado– podrían ser las putas. Tampoco sería mala idea crear una micronación de micronaciones para cobrar fuerza frente a otras colectividades más reconocidas.
Último ejemplo de miles: La República de Molossia, que está en guerra con Alemania del Este. El problema es que esta última ha dejado de existir, pero al presidente molossiano no le importa y sostiene que la guerra sigue en pie. Esta micronación, mucho menos seria (es decir, más divertida) que las otras, puede ofrecernos algunas cosas para pensar. Por ejemplo, no reconoce la soberanía de Estados Unidos a pesar de estar dentro de su territorio, pero, después de todo, ¿qué haría Estados Unidos si de pronto otra nación lo rodeara y dijera que está ocupando sus tierras?
El presidente de Molossia suele comprar terrenos aledaños para expandir sus límites. ¿Qué pasaría si Bill Gates decidiera hacer lo mismo, convirtiendo a Microsoft en micronación, acaparando tierras, defendiéndolas por las armas y haciendo por doquier ondear su terrorífica bandera azul? No creo que nadie se riera de él; podría causar guerras como, de hecho, ocurrió en 2006 con Molossia, quien tuvo un enfrentamiento armado muy real contra la micronación de Mustachistan, que reclamaba la propiedad del terreno.
Del mismo modo que Molossia, estaba en territorio ajeno Berlín Oeste, dentro de Alemania del Oeste; también Italia tiene incrustados dos países independientes: San Marino y el Vaticano, al igual que Sudáfrica tiene en el medio a Lesoto. Y, si Molossia estuviera, en lugar de enclavada en pleno Nevada, en la frontera entre dos países, ¿sería menos ridículo su reclamo? El hecho de que esté rodeada no debería ser relevante: incluso dentro de cada nación hay embajadas, pedacitos de naciones dentro de otras naciones, perfectamente legales.
Obviamente, a Molossia le faltan otros requisitos que no necesariamente son territoriales. Lo importante es que vamos viendo que todo esto de ser una "nación" es una cuestión bastante relativa. Y el concepto de micronación, más allá de las circunstancias particulares de cada ejemplo, es un buen ejercicio de reducción al absurdo. Sirve para entender qué es una nación.
A pesar de lo ridículo de algunos de estos casos, cada verdadera nación de hoy en día comenzó –y no mucho antes que tu abuelo– en situaciones más o menos similares y algunas, aún hoy y a pesar de censar millones de pobladores, son igualmente absurdas. En una de ellas, por ejemplo, la máxima autoridad legal proclama ser representante de un ser todopoderoso, y todos sus ciudadanos así lo aceptan. Se denomina "Vaticano" y tiene 800 habitantes. El Vaticano incluso reclama territorios en una dimensión paralela llamada "Paraíso". El único requisito, como se ve, es que sus residentes compartan la fantasía.
–Lo importante es creer en uno mismo –dijo el Yeti.
Geográficamente, la situación también es confusa. Aunque la superficie del planeta que habitamos cambia continuamente, desde el lento desplazamiento de los continentes hasta el florecimiento de bosques y desvanecimiento de glaciares, la naturaleza es prácticamente estática frente a la incesante mutación de sus divisiones políticas. Los mapas de hace mil, cien o diez años pueden ser inútiles hoy (al menos como mapas; nunca viene mal enmarcarlos y colgarlos junto con un martillo al lado del inodoro).
Hoy hay 194 países. En 1933 eran 204. Alaska y Puerto Rico, por ejemplo, en realidad no son países, sino que son partes de Estados Unidos (junto con otras). Groenlandia es de Dinamarca y la Guayana Francesa es, obviamente, de Francia. Las Malvinas y Bermudas pertenecen a Reino Unido. Etcétera. El Tibet fue un país independiente durante siglos; antes, después y durante cambió de manos muchas veces: fue de los mongoles, de los chinos, de los británicos y hoy de los chinos nuevamente (tiene dos millones y medio de habitantes muy resistentes al mareo). La India misma fue una colonia inglesa. Lo que hace poco fue la Unión Soviética hoy son 19 naciones, 4 de ellas no reconocidas. Durante diez años, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela fueron un sólo país (Gran Colombia). Y ni hablemos del resto de América o de las comunidades hoy españolas que claman la independencia.
Evidentemente, no es la geografía lo que define a una nación. La tierra puede esperar (así anduvieron los judíos, como una micronación sin suelo, buscando su Tierra Prometida durante siglos hasta dar con Israel muy recientemente, en 1948).
Como en las mencionadas naciones, lo más real de las micronaciones es su gente. En muchos casos, incluso sus ideales y leyes son mucho más sensatas que los del resto del mundo. Lo que cambia, principalmente, es el reconocimiento internacional, la mirada de otras naciones más tradicionales.
Pero cualquiera puede, técnicamente, formar una nación y reclamar su autenticidad (después de todo, eso significa nación: "nacimiento"). Pero... Buena suerte golpeando las puertas de la ONU.
Basta, sin embargo, reunir una minoría de ingredientes para comenzar a levar un auténtica micronación, una "nación beta": debe ser independiente de dos modos: de facto, es decir, independiente o autónoma de hecho, físicamente, y de jure (legal, políticamente).
El reconocimiento de jure no está en nuestras manos, pero el otro es relativamente fácil de lograr. Físicamente, para ser una nación basta con tener tres ingredientes: un gobierno estable y autónomo, una economía tangible e íconos culturales propios (bandera, lengua, religión, etcétera). Por eso las micronaciones mencionadas tienen su propio dinero, pasaportes, estampillas, etc. Legalmente, además y según la convención de Montevideo, una nación debe poseer una población permanente, un territorio definido y capacidad para relacionarse con otras naciones (diplomacia).
Todo este balbuceo teórico significa en la práctica que una nación debe ser suficientemente poderosa como para forzar a otra a reconocerla, entendiendo como "poderosa" al menos una de dos cosas: "peligrosa" o "útil". Esto es, elementalmente, lo que brilla de una nación en los ojos de las otras.
Pero, ¿qué es para sí misma? Una nación, dijo un filósofo, es
Las naciones resultan de complejas interacciones sociales que devienen en una historia propia, por lo que son siempre entidades fluidas, sin identidad rígida. Cada ciudadano imagina la colectividad en que existe a su modo (puesto que no puede percibirla en su totalidad), y reclamarla como "nación" es una forma de materializar la imaginación colectiva, por poco realista que sea, por imposible que pueda serle imaginar a sus compatriotas hambrientos tras la distancia o a los impostores que reclaman ser sus representantes, con quienes no tiene interés en identificarse.
Una micronación no es un asunto de artistas neo-futuristas, sino un fenómeno antropológico emergente que comienza con la noción de "tribu" y que es en muchos sentidos más válido aún que el de "nación", que es meramente político. En las micronaciones hay menos gente y más unida, con un verdadero sentido de unidad de acción y propósito, normalmente guiado por la necesidad, por un verdadero patriotismo más allá de los límites físicos.
Todo esto podría reducirse aún más al absurdo y veríamos que, en el fondo, cada individuo es una nación, un Estado soberano. Pero ya sabemos que está en la naturaleza humana el deseo de poder sobre otros Estados, surgiendo de allí la política.
La realidad es que el término "micronación" tienen tantas definiciones como micronaciones hay. Pero, ¿no ocurre lo mismo con las naciones? Una nación es justamente una nación porque se distingue de las demás: la conforma gente que comparte supersticiones, tradiciones y cultura y, por lo dicho, excluye a otras.
Así nació Yugoslavia, por la sola similitud de su gente. Mucho después vinieron el territorio y el gobierno que duraron 30 años hasta su disolución. Como nunca se recibió de Nación por carecer del reconocimiento de las ya mutuamente reconocidas, fue un ejemplo de micronación perfectamente seria, nada menos que una nación subestimada (como en términos generales lo es toda micronación).
Aunque usemos indiscriminadamente los términos Nación, Estado y País, el primero es acerca de la gente, el segundo, de su gobierno, y el tercero, de su residencia física. Puede haber una nación sin Estado ni país, pero no país ni Estado sin nación. Es esta la piedra fundamental de una nación: la gente.
Tu nacionalidad es nada menos que la gente que rodea tu eterno nacimiento, física, emocional o intelectualmente. Tu patria es la gente que te trata como tratas a la gente. Tu gobierno es la gente que no te deja gobernarte por tus propios medios.
Micronaciones
Para decirlo en pocas palabras: las micronaciones son.
Bueno, usaré algunas palabras más...
Para que seas humano, entre otras cosas, tiene que haber otros humanos que te reconozcan como tal. Basta con intentar hacer valer tus derechos frente a un león hambriento para comprobarlo. Con las naciones pasa igual: por muchos requisitos técnicos que cumpla una colectividad –aunque medio planeta ocupe–, no será nación hasta que otras naciones lo concedan. Mientras tanto, será una micronación. Gente hay –y mucha– que intentó formar su propio imperio desde cero o menos uno; muchos fracasaron y algunos triunfaron, pero todos nos pueden servir de ejemplo...
Imperio de Aérica
El Imperio de Aérica tiene un día festivo destinado a dejar las cosas para mañana: el 2 de enero (aunque supongo que a veces no tienen ganas de festejar y lo dejan para el 3). Su calendario también es muy práctico en otros aspectos: por ejemplo, el 28 de agosto se festejan todos los eventos históricos relevantes y el 2 de junio se honra a todas las personas que no tienen un día propio.
Aérica también tiene otras características seductoras: Su religión oficial es el Silinismo, cuyos practicantes adoran al Gran Pingüino y juran honrar el mandato de que el humor es sagrado y que el universo ha de ser objeto de risa. Y –más importante que eso y que la libertad de cultos– la Constitución aericana deja bien claro que ningún individuo tiene derecho a molestar a otro con su religión a menos que ya forme parte de ella. Entre los otros fantásticos y dignos de imitar derechos que contempla dicha Constitución existe el de financiar la educación, la salud y la ciencia si el gobierno no lo hace –derecho que todos poseemos de forma natural pero que nadie predica ni ejerce–.
Ya te estarás preguntando dónde queda Aérica para pedir la ciudadanía. Aerica es una nación básicamente online. Este imperio posee territorios tanto terrestres como extraterrestres, incluyendo una parcela de casi 3 km2 en Marte y todo el hemisferio norte de Plutón, o al menos así lo reclama. En la Tierra, posee seis territorios no reconocidos. (Para hacerse ciudadano de Aerica sólo hay que rellenar una solicitud.)
Si Aérica tuviese terrenos más tangibles y prácticos, sería una auténtica nación. Pero hay modos más modestos de lograr el mismo objetivo –si tu plan es tener una nación propia–. Ejemplifiquemos...
Kugelmugel
Cierta vez, un artista vienés decidió vivir en una esfera. Pero las leyes no permitían construir una casa de tales características, así que el caprichoso arquitecto declaró unilateralmente su terreno como una nación soberana (donde se aplicarían sus propias leyes); se negó a pagar impuestos o rendir cuentas a otro Estado que el suyo y el presidente de Austria lo perdonó.
Esta micro-nación, aunque pequeña en territorio y nacida como una estratagema legal y manifiesto artístico, hoy tiene cientos de ciudadanos no-residentes de quien es presidente el dueño de la casa, quien actualmente se encuentra exiliado de su propio territorio (se mudó). Pero tanto él como el resto de sus ciudadanos tienen nacionalidad y pasaporte de Kugelmugel, la casa esférica de la exclusiva calle Antifaschismus. Su única diferencia con una nación tradicional es la falta de reconocimiento de otros Estados...
Una micronación, entonces, se comprende en parte como un territorio soberano, legalmente autónomo. Pero supongamos que deseas crear tu propia nación sin siquiera tener un terreno. Algunas micronaciones, por carecer de propiedad habitable, se han fundado en naves en alta mar o proclaman su domicilio en otros planetas o simplemente en el espacio...
Principado de Sealand
Si Plutón es demasiado frío para tus planes de expansión o las casas esféricas te marean, te doy un ejemplo mucho más realista (y comprobado): puede tomarse un lugar físico que no pertenezca a nadie, como lo ejemplifica el Principado de Sealand, cuyos ciudadanos habitan una plataforma marina cercana a las costas del Reino Unido y que además es un instructivo de cómo ganarse el reconocimiento de otras naciones, que es lo que vale para llamarse "nación"...
El padre del actual Príncipe de Sealand y su familia ocuparon ese espacio en 1967, cuando estaba abandonado en alta mar y era legalmente
Sealand también cuenta con una selección nacional de fútbol. Si bien actualmente no es reconocida por la FIFA, cabe señalar que ésta acepta varias selecciones que no representan a ningún país mundialmente reconocido, así como no reconoce a otras que sí pertenecen a naciones perfectamente aceptadas.
En 1978, Sealand sufrió una invasión armada, como puede ocurrirle a cualquier nación. El enemigo era un grupo de mercenarios contratado por un abogado alemán. El Príncipe, sin embargo, logró recuperar el control de su reino poco después y tomó como prisionero de guerra al abogado bajo el cargo de "traición". Dado que la Corte inglesa reafirmó su incompetencia ultramarítima, el gobierno alemán se vio forzado a enviar un diplomático a Sealand para negociar la liberación directamente, otorgando así reconocimiento internacional de facto al Principado.El método de tomar prisioneros de guerra puede no ser el más elegante ni ético, pero dejó clara su eficacia frente a la ley humana (que no siempre es racional). Cualquier otra forma que obligue a otra nación a aceptar sus reglas como válidas dentro de su territorio sería igualmente efectiva. Quizás sea por algo similar que los Estados Unidos se nieguen a "negociar con terroristas", porque implicaría de algún modo reconocer su legitimidad (y después ¿con qué excusa invadirían su territorio?).
República de Minerva
Si no hay plataformas a la vista sobre el mar, podrías hacer como hizo un millonario de Las Vegas al fundar la República de Minerva: encontrar un arrecife en medio del océano y cubrirlo con miles de toneladas de arena, de a poco, para conquistar un nuevo territorio sin molestar a nadie y crear un paraíso libre de impuestos y garras capitalistas. En cualquier caso, conviene hacerlo lejos de Tonga para que su Rey, como le hizo a nuestro excéntrico millonario, no te invada y reclame el nuevo suelo por la fuerza. De hecho, conviene alejarse lo más posible de cualquiera. Puede ser difícil encontrar lugar para una nueva nación, especialmente en un universo donde todas las formas de vida en un radio de al menos 4,2 años luz se apelmazan sobre un mismo punto.
La historia de Minerva, por sus vecinos, no tuvo final feliz ni largo nudo, pero la idea no era mala.
Otros lugares para fundar una nueva nación son los llamados Terra Nullius: actualmente existen en el planeta Tierra dos territorios no reclamados por ningún país. Por supuesto, también existen cientos de zonas reclamadas por más de un país sin que pertenezcan legalmente a ninguno, y no haría daño que te sumaras a la disputa. Quizás tengas mejor suerte y hasta les quites un peso de encima. Hasta podrías crear la Nación de los Territorios en Disputa, cuya principal actividad económica –sugiere Poronguetti a mi lado– podrían ser las putas. Tampoco sería mala idea crear una micronación de micronaciones para cobrar fuerza frente a otras colectividades más reconocidas.
República de Molossia
Último ejemplo de miles: La República de Molossia, que está en guerra con Alemania del Este. El problema es que esta última ha dejado de existir, pero al presidente molossiano no le importa y sostiene que la guerra sigue en pie. Esta micronación, mucho menos seria (es decir, más divertida) que las otras, puede ofrecernos algunas cosas para pensar. Por ejemplo, no reconoce la soberanía de Estados Unidos a pesar de estar dentro de su territorio, pero, después de todo, ¿qué haría Estados Unidos si de pronto otra nación lo rodeara y dijera que está ocupando sus tierras?
El presidente de Molossia suele comprar terrenos aledaños para expandir sus límites. ¿Qué pasaría si Bill Gates decidiera hacer lo mismo, convirtiendo a Microsoft en micronación, acaparando tierras, defendiéndolas por las armas y haciendo por doquier ondear su terrorífica bandera azul? No creo que nadie se riera de él; podría causar guerras como, de hecho, ocurrió en 2006 con Molossia, quien tuvo un enfrentamiento armado muy real contra la micronación de Mustachistan, que reclamaba la propiedad del terreno.
Del mismo modo que Molossia, estaba en territorio ajeno Berlín Oeste, dentro de Alemania del Oeste; también Italia tiene incrustados dos países independientes: San Marino y el Vaticano, al igual que Sudáfrica tiene en el medio a Lesoto. Y, si Molossia estuviera, en lugar de enclavada en pleno Nevada, en la frontera entre dos países, ¿sería menos ridículo su reclamo? El hecho de que esté rodeada no debería ser relevante: incluso dentro de cada nación hay embajadas, pedacitos de naciones dentro de otras naciones, perfectamente legales.
Obviamente, a Molossia le faltan otros requisitos que no necesariamente son territoriales. Lo importante es que vamos viendo que todo esto de ser una "nación" es una cuestión bastante relativa. Y el concepto de micronación, más allá de las circunstancias particulares de cada ejemplo, es un buen ejercicio de reducción al absurdo. Sirve para entender qué es una nación.
¿Qué es una nación?
A pesar de lo ridículo de algunos de estos casos, cada verdadera nación de hoy en día comenzó –y no mucho antes que tu abuelo– en situaciones más o menos similares y algunas, aún hoy y a pesar de censar millones de pobladores, son igualmente absurdas. En una de ellas, por ejemplo, la máxima autoridad legal proclama ser representante de un ser todopoderoso, y todos sus ciudadanos así lo aceptan. Se denomina "Vaticano" y tiene 800 habitantes. El Vaticano incluso reclama territorios en una dimensión paralela llamada "Paraíso". El único requisito, como se ve, es que sus residentes compartan la fantasía.
–Lo importante es creer en uno mismo –dijo el Yeti.
Geográficamente, la situación también es confusa. Aunque la superficie del planeta que habitamos cambia continuamente, desde el lento desplazamiento de los continentes hasta el florecimiento de bosques y desvanecimiento de glaciares, la naturaleza es prácticamente estática frente a la incesante mutación de sus divisiones políticas. Los mapas de hace mil, cien o diez años pueden ser inútiles hoy (al menos como mapas; nunca viene mal enmarcarlos y colgarlos junto con un martillo al lado del inodoro).
Hoy hay 194 países. En 1933 eran 204. Alaska y Puerto Rico, por ejemplo, en realidad no son países, sino que son partes de Estados Unidos (junto con otras). Groenlandia es de Dinamarca y la Guayana Francesa es, obviamente, de Francia. Las Malvinas y Bermudas pertenecen a Reino Unido. Etcétera. El Tibet fue un país independiente durante siglos; antes, después y durante cambió de manos muchas veces: fue de los mongoles, de los chinos, de los británicos y hoy de los chinos nuevamente (tiene dos millones y medio de habitantes muy resistentes al mareo). La India misma fue una colonia inglesa. Lo que hace poco fue la Unión Soviética hoy son 19 naciones, 4 de ellas no reconocidas. Durante diez años, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela fueron un sólo país (Gran Colombia). Y ni hablemos del resto de América o de las comunidades hoy españolas que claman la independencia.
Evidentemente, no es la geografía lo que define a una nación. La tierra puede esperar (así anduvieron los judíos, como una micronación sin suelo, buscando su Tierra Prometida durante siglos hasta dar con Israel muy recientemente, en 1948).
Como en las mencionadas naciones, lo más real de las micronaciones es su gente. En muchos casos, incluso sus ideales y leyes son mucho más sensatas que los del resto del mundo. Lo que cambia, principalmente, es el reconocimiento internacional, la mirada de otras naciones más tradicionales.
Pero cualquiera puede, técnicamente, formar una nación y reclamar su autenticidad (después de todo, eso significa nación: "nacimiento"). Pero... Buena suerte golpeando las puertas de la ONU.
Basta, sin embargo, reunir una minoría de ingredientes para comenzar a levar un auténtica micronación, una "nación beta": debe ser independiente de dos modos: de facto, es decir, independiente o autónoma de hecho, físicamente, y de jure (legal, políticamente).
El reconocimiento de jure no está en nuestras manos, pero el otro es relativamente fácil de lograr. Físicamente, para ser una nación basta con tener tres ingredientes: un gobierno estable y autónomo, una economía tangible e íconos culturales propios (bandera, lengua, religión, etcétera). Por eso las micronaciones mencionadas tienen su propio dinero, pasaportes, estampillas, etc. Legalmente, además y según la convención de Montevideo, una nación debe poseer una población permanente, un territorio definido y capacidad para relacionarse con otras naciones (diplomacia).
Todo este balbuceo teórico significa en la práctica que una nación debe ser suficientemente poderosa como para forzar a otra a reconocerla, entendiendo como "poderosa" al menos una de dos cosas: "peligrosa" o "útil". Esto es, elementalmente, lo que brilla de una nación en los ojos de las otras.
Pero, ¿qué es para sí misma? Una nación, dijo un filósofo, es
una sociedad que alimenta un embuste sobre los ancestros y comparte un odio común por los vecinos. De esta controversial definición destacaría el término "sociedad".
Las naciones resultan de complejas interacciones sociales que devienen en una historia propia, por lo que son siempre entidades fluidas, sin identidad rígida. Cada ciudadano imagina la colectividad en que existe a su modo (puesto que no puede percibirla en su totalidad), y reclamarla como "nación" es una forma de materializar la imaginación colectiva, por poco realista que sea, por imposible que pueda serle imaginar a sus compatriotas hambrientos tras la distancia o a los impostores que reclaman ser sus representantes, con quienes no tiene interés en identificarse.
El nacionalismo es una inflamación de la nación igual que la apendicitis es una inflamación del apéndice, dijo Fernando Savater. Tanto más cierto cuanto más grande es el órgano nacionalista. Una voluntad colectiva es lo que verdaderamente hace a una nación. De ella se desprende luego el necesario nivel de autosuficiencia y todo lo demás. Cuando la nación se torna espacialmente demasiado amplia, la idea que de ella tienen sus ciudadanos se diluye y tiende a la farsa.
Una micronación no es un asunto de artistas neo-futuristas, sino un fenómeno antropológico emergente que comienza con la noción de "tribu" y que es en muchos sentidos más válido aún que el de "nación", que es meramente político. En las micronaciones hay menos gente y más unida, con un verdadero sentido de unidad de acción y propósito, normalmente guiado por la necesidad, por un verdadero patriotismo más allá de los límites físicos.
Todo esto podría reducirse aún más al absurdo y veríamos que, en el fondo, cada individuo es una nación, un Estado soberano. Pero ya sabemos que está en la naturaleza humana el deseo de poder sobre otros Estados, surgiendo de allí la política.
La realidad es que el término "micronación" tienen tantas definiciones como micronaciones hay. Pero, ¿no ocurre lo mismo con las naciones? Una nación es justamente una nación porque se distingue de las demás: la conforma gente que comparte supersticiones, tradiciones y cultura y, por lo dicho, excluye a otras.
Así nació Yugoslavia, por la sola similitud de su gente. Mucho después vinieron el territorio y el gobierno que duraron 30 años hasta su disolución. Como nunca se recibió de Nación por carecer del reconocimiento de las ya mutuamente reconocidas, fue un ejemplo de micronación perfectamente seria, nada menos que una nación subestimada (como en términos generales lo es toda micronación).
Aunque usemos indiscriminadamente los términos Nación, Estado y País, el primero es acerca de la gente, el segundo, de su gobierno, y el tercero, de su residencia física. Puede haber una nación sin Estado ni país, pero no país ni Estado sin nación. Es esta la piedra fundamental de una nación: la gente.
Tu nacionalidad es nada menos que la gente que rodea tu eterno nacimiento, física, emocional o intelectualmente. Tu patria es la gente que te trata como tratas a la gente. Tu gobierno es la gente que no te deja gobernarte por tus propios medios.