Gestalt: Principio de cierre
El mecanismo que nos permite interpretar aquello que está incomplet .
7/7/13
Este es el mecanismo mental que nos permite interpretar aquello que está incompleto o parcialmente oculto. No se limita –como nada aquí– a las figuras geométricas y tiene especial relevancia en la formación de las ideas y los recuerdos. A veces, lógicamente, el proceso es defectuoso, y es así como podemos ver extrañas siluetas en la noche o creer que el mundo está muy secretamente gobernado por reptiles...
Nos incomoda ver las cosas "sin terminar", y de un modo u otro rellenamos los huecos con información más o menos relacionada. Se nota aquí que percibir no es en modo alguno un acto pasivo, sino que es más bien una construcción mental –o una configuración, que es lo que gestalt significa–.
La tendencia a "unir los puntos" ocurre en la vista tanto como en el oído: la mente completa palabras que no alcanzó a escuchar e incluso las inventa si no tienen sentido [véase El sentido de la vida y § Palabras fantasma]; hasta las reglas de la composición musical parecen girar en torno a sostener durante minutos la expectativa sobre una figura que podría cerrarse en segundos, y es en ese ansiado final cuando obtenemos satisfacción. Idéntico es el efecto (si no el propósito) de los "juegos" previos al sexo, y quizá también el de los envoltorios de los regalos, entre muchas otras cosas que si uno piensa por sí mismo se traducen en un mayor grado de comprensión y control de la propia vida –o de la vida ajena, si uno tiene vocación política o periodística–.
Y, así como disfruta el suspenso... la mente humana también aborrece los finales inconclusos (valga el oxímoron) en las historias en general: odia las películas y libros con malos finales, y también sufre con las relaciones emocionales que terminan abruptamente, sin un "cierre" digno. A veces es preferible la certeza de que lo echamos a perder para siempre que la incertidumbre de posibles finales alternativos, rumores que se amontonan y arremolinan creando escaleras de arena sin conducir jamás a un cierre satisfactorio, sin confirmarnos nunca si la vida nos sonríe o simplemente nos muestra los dientes.
Siendo que los finales nos satisfacen, se comprende que la búsqueda de la felicidad sea muy triste. La mente trabaja con el precepto de que "siempre que llovió, paró", pero omite el detalle de que siempre que llovió, primero mojó, después paró, quizá te dio pulmonía, llovió otra vez, pero al final todo salió bien, hasta que un día la muerte te sorprendió haciendo algo estúpido, tal vez en un día de lluvia. Así de trágico como suena, la solución en esos casos de "apertura crónica" es de lo más simple: la aceptación. Las cosas son como son. Nunca es tarde para vivir el presente. Cuando la mente comienza a construir una percepción, debe terminarla... o dejarla de lado y construir otra mejor.
No es necesario olvidar, pero seguir adelante cuesta porque esta tendencia gestáltica del cierre suele asociarse con otra conocida como "Principio de experiencia" –o a veces como "Principio de cuando uno sólo tiene un martillo, todo lo que ve le parece un clavo"–, según el cual interpretamos de acuerdo a lo ya experimentado en lugar de buscar un nuevo significado en la vivencia presente. En este ejemplo se combinan ambas leyes:
De esta y otras combinaciones surge la complejidad de la percepción, con mayor o menor fortuna, y de aquí la necesidad de atomizar el tema, así que volvamos al tomo que hoy nos convoca...
El más extremo ejemplo de estedefecto lo observo en las religiones, que ofrecen multiplicidad de soluciones para problemas que generalmente ni siquiera existen –aperturas demasiado grandes– y que el propio adepto tampoco entiende. Me apresuro a rescatar parte del Tao, que intenta corregir exactamente este vicio de la percepción: No hay nada malo en estas figuras, no les falta nada. Pero, aunque no es requisito interpretar lo que no está, es importante tener un método para intentarlo, porque podría existir sin ser evidente. Y tal vez el único método fiable es aquél que une creatividad con escepticismo. Se llama Ciencia.
La filosofía científica es íntegra porque propone, modela y pone a prueba; eleva una torre colosal y la ataca con cuanto puede, inventando si es necesario una catapulta más grande y sofisticada que la torre misma; luego pone a prueba la catapulta, etcétera. Para la ciencia, algo es real sólo si soporta el embiste de otras cosas reales y ficticias, de verdades y de mentiras, y lo es siempre provisoriamente, mientras nada concreto la contradiga. La ciencia es una locura refinada e imparable en constante perfeccionamiento; si no logra cerrar, aprovecha las aperturas para ir más allá. Quizá no se acerque nunca a la verdad, pero se aleja siempre de algún error al cometerlo.
Por otro camino, a menos que no nos importe la verdad, no vale la pena el intento de "cerrar", porque la necesidad de cierre parece ser mucho más fuerte que la de correspondencia con la verdad, y lograremos cerrar cualquier cosa de un modo u otro aunque debamos bebernos mil mentiras, como si la realidad fuera un bar repleto de gente fea. Así es que conocemos a una persona, le encontramos dos características y rápidamente bosquejamos el resto de sus atributos; en lugar de descubrirla, usamos partes de otras personas para completar la impresión, sin preocuparnos siquiera que la de aquéllas es fiel a algo. Hecho el identikit, caso cerrado.
Pero un verdadero buscador nunca llegará a destino; como el amante verdadero, enamorándose a cada instante, en lugar de completar el tosco rumor de las constelaciones, interroga por siempre a las vías lácteas; en vez de cerrar las figuras del mundo, abre su mente. Donde quiera que aparente faltar el tramo de una línea, el loco sistemático busca detrás de la figura, adentro, al rededor... Sólo si encuentra los trazos perdidos los pone allí. De otro modo, sabe que arruinará el vacío que podría tener un significado propio; sabe que podría caer en la paranoia y en la psicosis si delira (en latín: se sale del surco) sin saber cómo volver a la figura original; sabe, en definitiva, que el mejor remedio contra las patas cortas de la mentira son las largas alas de la verdad.
Eso es todo por hoy; pueden arrojarme sus tomates para desocuparse las manos y aplaudir.
Nos incomoda ver las cosas "sin terminar", y de un modo u otro rellenamos los huecos con información más o menos relacionada. Se nota aquí que percibir no es en modo alguno un acto pasivo, sino que es más bien una construcción mental –o una configuración, que es lo que gestalt significa–.
La tendencia a "unir los puntos" ocurre en la vista tanto como en el oído: la mente completa palabras que no alcanzó a escuchar e incluso las inventa si no tienen sentido [véase El sentido de la vida y § Palabras fantasma]; hasta las reglas de la composición musical parecen girar en torno a sostener durante minutos la expectativa sobre una figura que podría cerrarse en segundos, y es en ese ansiado final cuando obtenemos satisfacción. Idéntico es el efecto (si no el propósito) de los "juegos" previos al sexo, y quizá también el de los envoltorios de los regalos, entre muchas otras cosas que si uno piensa por sí mismo se traducen en un mayor grado de comprensión y control de la propia vida –o de la vida ajena, si uno tiene vocación política o periodística–.
Y, así como disfruta el suspenso... la mente humana también aborrece los finales inconclusos (valga el oxímoron) en las historias en general: odia las películas y libros con malos finales, y también sufre con las relaciones emocionales que terminan abruptamente, sin un "cierre" digno. A veces es preferible la certeza de que lo echamos a perder para siempre que la incertidumbre de posibles finales alternativos, rumores que se amontonan y arremolinan creando escaleras de arena sin conducir jamás a un cierre satisfactorio, sin confirmarnos nunca si la vida nos sonríe o simplemente nos muestra los dientes.
Siendo que los finales nos satisfacen, se comprende que la búsqueda de la felicidad sea muy triste. La mente trabaja con el precepto de que "siempre que llovió, paró", pero omite el detalle de que siempre que llovió, primero mojó, después paró, quizá te dio pulmonía, llovió otra vez, pero al final todo salió bien, hasta que un día la muerte te sorprendió haciendo algo estúpido, tal vez en un día de lluvia. Así de trágico como suena, la solución en esos casos de "apertura crónica" es de lo más simple: la aceptación. Las cosas son como son. Nunca es tarde para vivir el presente. Cuando la mente comienza a construir una percepción, debe terminarla... o dejarla de lado y construir otra mejor.
No es necesario olvidar, pero seguir adelante cuesta porque esta tendencia gestáltica del cierre suele asociarse con otra conocida como "Principio de experiencia" –o a veces como "Principio de cuando uno sólo tiene un martillo, todo lo que ve le parece un clavo"–, según el cual interpretamos de acuerdo a lo ya experimentado en lugar de buscar un nuevo significado en la vivencia presente. En este ejemplo se combinan ambas leyes:
De esta y otras combinaciones surge la complejidad de la percepción, con mayor o menor fortuna, y de aquí la necesidad de atomizar el tema, así que volvamos al tomo que hoy nos convoca...
El más extremo ejemplo de este
La filosofía científica es íntegra porque propone, modela y pone a prueba; eleva una torre colosal y la ataca con cuanto puede, inventando si es necesario una catapulta más grande y sofisticada que la torre misma; luego pone a prueba la catapulta, etcétera. Para la ciencia, algo es real sólo si soporta el embiste de otras cosas reales y ficticias, de verdades y de mentiras, y lo es siempre provisoriamente, mientras nada concreto la contradiga. La ciencia es una locura refinada e imparable en constante perfeccionamiento; si no logra cerrar, aprovecha las aperturas para ir más allá. Quizá no se acerque nunca a la verdad, pero se aleja siempre de algún error al cometerlo.
Por otro camino, a menos que no nos importe la verdad, no vale la pena el intento de "cerrar", porque la necesidad de cierre parece ser mucho más fuerte que la de correspondencia con la verdad, y lograremos cerrar cualquier cosa de un modo u otro aunque debamos bebernos mil mentiras, como si la realidad fuera un bar repleto de gente fea. Así es que conocemos a una persona, le encontramos dos características y rápidamente bosquejamos el resto de sus atributos; en lugar de descubrirla, usamos partes de otras personas para completar la impresión, sin preocuparnos siquiera que la de aquéllas es fiel a algo. Hecho el identikit, caso cerrado.
Pero un verdadero buscador nunca llegará a destino; como el amante verdadero, enamorándose a cada instante, en lugar de completar el tosco rumor de las constelaciones, interroga por siempre a las vías lácteas; en vez de cerrar las figuras del mundo, abre su mente. Donde quiera que aparente faltar el tramo de una línea, el loco sistemático busca detrás de la figura, adentro, al rededor... Sólo si encuentra los trazos perdidos los pone allí. De otro modo, sabe que arruinará el vacío que podría tener un significado propio; sabe que podría caer en la paranoia y en la psicosis si delira (en latín: se sale del surco) sin saber cómo volver a la figura original; sabe, en definitiva, que el mejor remedio contra las patas cortas de la mentira son las largas alas de la verdad.
Eso es todo por hoy; pueden arrojarme sus tomates para desocuparse las manos y aplaudir.