Procusto y la inteligencia
Sobre la fiabilidad del pensamiento y la percepción.
9/6/13
Esto es sobre una mitología muy particular, una que aún está vigente y todos nos creemos: la de la fiabilidad del pensamiento y la percepción, un tema de tanta gravedad que hace fluctuar al péndulo de la inteligencia constantemente entre la genialidad y la estupidez, asombrosamente, sin dejar de ser inteligencia jamás. Esto es, en otras palabras, sobre las mentiras que la mente humana se cuenta a sí misma.
Procusto era un gigante emprendedor que había puesto un hostel en el bosque (de alguna manera tenía que ganarse la vida, ya que los gigantes deben comprar ropa a medida, por no mencionar los preservativos). A los viajantes que allí paraban los invitaba a dormir en una cama muy larga, típica de un gigante. Pero no era tan buen anfitrión y tenía algunas manías molestas: por la noche, sorprendía a los viajeros en dicho lecho y los estiraba hasta que ocuparan todo el largo o, si la cama les quedaba corta, los serruchaba hasta que encajaran de maravilla. No querrías que Procusto te vendiera calzoncillos.
Esa simple premisa que guiaba las acciones del monstruo es muy parecida a ciertos mecanismos de la mente humana, que deforman o cercenan la realidad para que encaje en su modelo de cómo la realidad debería ser. Cualquier madre neurótica lo sabe: el hambre de su hijo debe durar –como máximo y como mínimo– hasta que el plato quede vacío.
Tómese por ejemplo la siguiente ilustración:
No es difícil ver el cubo. Lo difícil es ver un cuadrado, dos triángulos y cuatro trapecios, que es lo único dibujado. El retorcido lecho de la mente humana es tridimensional, y ajustará casi cualquier forma a sus expectativas. Y es que la inteligencia, a veces, tiene el efecto secundario de volvernos estúpidos. Ella se encarga de buscar cosas ocultas y de desentrañar complejidades, aunque de vez en cuando todo esté a la vista y sea simple, en cuyo caso crea una absurda "simplejidad", como recién, a medio camino entre dos y tres dimensiones.
Créase o no, aprendemos a percibir de cierto modo, y luego recitamos de memoria. Esto nos permite ver bacterias extraterrestres en un meteorito o convertirnos en lectores de manos, borras de café y captchas.
Por supuesto, no te voy a crucificar por haber malinterpretado el sagrado no-cubo, pero este tema no se limita a las figuras geométricas: el verdadero problema es que el intelecto en todo su espectro funciona más o menos del mismo modo y comete los mismos absurdos errores, y mucho más a menudo de lo que probablemente puedas imaginar, aunque en este texto te invitaré a hacerlo (pero cada uno paga su parte). La inteligencia es un arma, la única que nos dejó la evolución, y su poder es tanto más peligroso cuanto más inadvertido pasa. Nada más peligroso que una cruza entre un tiranosaurio y un camaleón.
Es comprensible que tu cerebro haya elegido –sin consultarte– interpretar esas líneas como representación de un único objeto corpóreo, pero, ¿por qué esa tridimensionalidad y no otra? Con un poco de voluntad es posible dominar la percepción para que el supuesto cubo quede al revés, con la cara de adelante atrás y apuntando hacia arriba en vez de abajo o viceversa. Pero esto recién empieza. ¿Por qué no –ya que estamos simplemente imaginando el objeto– un cubo sin caras, hecho con varillas, que después de todo se asemeja más a la imagen real?
Antes objeté que el cerebro hace complejas las cosas simples, pero también puede hacerlas mucho más complejas (como queda demostrado), y sin embargo se queda generalmente a medio camino por una horrenda razón: costumbre. ¿Por qué no imaginar algo completamente diferente de los objetos que estamos acostumbrados a ver?
Recordemos que esto no es acerca de ilusiones ópticas, sino de otras más graves: racionales. Así también es como pensamos, imaginando lo que falta, y la costumbre en el pensamiento –y especialmente en el orientado a la solución de problemas– con justicia debe llamarse "mediocridad". Es nada menos que la costumbre lo que nos impide darnos cuenta de que en realidad la trompa de un elefante es un periscopio de olores (u otras cosas más importantes).
Uno arriesga más al intentar pensar así, pero tiene la posibilidad de ganar más. Quizá se equivoque al pensar que una foca es una cruza entre un perro y una sirena, pero podría acercarse, sin sospecharlo, al concepto de evolución de las especies. Después de todo, nada hay en éstas que sugiera verlas como cosas completamente separadas, cuando es evidente que comparten las gran mayoría de sus atributos (y por alguna razón). Sucede que, justamente por esa inmensa variedad compartida, es más económico señalar sus diferencias que sus conexiones.
En esta parte hablo básicamente del problema, pero en otro capítulo verás los detalles que podrían ser parte de una solución. En cualquier caso –por la muerte te llega antes tratando de cruzar un túnel pintado por un coyote–, conviene familiarizarse primero con el problema, o haríamos como la bestia mitológica embutiendo la realidad en una teoría prefabricada sin saber por qué. Veamos, en otras palabras, las dimensiones del invitado, y luego construyamos la cama.
El problema, en síntesis, es que el Hombre agrupa cosas incluso de acuerdo con atributos que ni siquiera coexisten, dando origen a creencias, por ejemplo, como las que dominan la pasión por un equipo de fútbol, aún cuando ni los jugadores ni los entrenadores ni los dirigentes ni la pelota ni la cancha son los mismos, cosa que, cuando bien se mira, es tan ridícula como ser fanático de una banda cuyos músicos cambian en cada nuevo álbum. Pero, bueno, la gente ama las estadísticas (aunque no lo sabe).
Estadísticas y probabilidades, sin embargo, no son lo mismo. La distinción que me importa aquí es que las primeras se basan en cosas que han sucedido y por lo tanto muestran que es posible que sucedan (sin garantías de repetición), mientras que las segundas, precisamente, se basan en lo que no ocurrió nunca.
Por ejemplo, parece que nunca ocurrió que la Tierra se transformase en chocolate, así que es probable que siga sin ocurrir, principalmente porque todo indica que no puede ocurrir: es más que una proyección de datos históricos, está limitado por leyes. Preguntarse si alguna ley obliga surgir un cubo en la imagen anterior es fundamental; de otro modo, sólo se prolonga estadísticamente cada línea visible, lo cual es al pensamiento como un Mercedes-Benz a un señor con problemas de erección.
Las estadísticas que maneja la mente individual son tan fiables como las de nivel colectivo: el hecho de que mucha gente haya pensado muchas veces que existe un ser creador del universo no implica la probabilidad de que dicho creador exista ni mucho menos que deba necesariamente ser engreído, celoso, vengativo, genocida, contradictorio y propenso a rascarse las pelotas todos los domingos de la eternidad, una idea ciertamente procústea y decididamente poco ergonómica para la pobre realidad, que tal vez sea algo muy distinto de lo que hasta ahora se pudo imaginar...
Ahora sí, te invito a adentrarte en el mundo de las reglas que dicen dónce y cuándo cortar o estirar a la percepción invitada: Gestalt.
Procusto era un gigante emprendedor que había puesto un hostel en el bosque (de alguna manera tenía que ganarse la vida, ya que los gigantes deben comprar ropa a medida, por no mencionar los preservativos). A los viajantes que allí paraban los invitaba a dormir en una cama muy larga, típica de un gigante. Pero no era tan buen anfitrión y tenía algunas manías molestas: por la noche, sorprendía a los viajeros en dicho lecho y los estiraba hasta que ocuparan todo el largo o, si la cama les quedaba corta, los serruchaba hasta que encajaran de maravilla. No querrías que Procusto te vendiera calzoncillos.
Esa simple premisa que guiaba las acciones del monstruo es muy parecida a ciertos mecanismos de la mente humana, que deforman o cercenan la realidad para que encaje en su modelo de cómo la realidad debería ser. Cualquier madre neurótica lo sabe: el hambre de su hijo debe durar –como máximo y como mínimo– hasta que el plato quede vacío.
Tómese por ejemplo la siguiente ilustración:
No es difícil ver el cubo. Lo difícil es ver un cuadrado, dos triángulos y cuatro trapecios, que es lo único dibujado. El retorcido lecho de la mente humana es tridimensional, y ajustará casi cualquier forma a sus expectativas. Y es que la inteligencia, a veces, tiene el efecto secundario de volvernos estúpidos. Ella se encarga de buscar cosas ocultas y de desentrañar complejidades, aunque de vez en cuando todo esté a la vista y sea simple, en cuyo caso crea una absurda "simplejidad", como recién, a medio camino entre dos y tres dimensiones.
Créase o no, aprendemos a percibir de cierto modo, y luego recitamos de memoria. Esto nos permite ver bacterias extraterrestres en un meteorito o convertirnos en lectores de manos, borras de café y captchas.
Por supuesto, no te voy a crucificar por haber malinterpretado el sagrado no-cubo, pero este tema no se limita a las figuras geométricas: el verdadero problema es que el intelecto en todo su espectro funciona más o menos del mismo modo y comete los mismos absurdos errores, y mucho más a menudo de lo que probablemente puedas imaginar, aunque en este texto te invitaré a hacerlo (pero cada uno paga su parte). La inteligencia es un arma, la única que nos dejó la evolución, y su poder es tanto más peligroso cuanto más inadvertido pasa. Nada más peligroso que una cruza entre un tiranosaurio y un camaleón.
Es comprensible que tu cerebro haya elegido –sin consultarte– interpretar esas líneas como representación de un único objeto corpóreo, pero, ¿por qué esa tridimensionalidad y no otra? Con un poco de voluntad es posible dominar la percepción para que el supuesto cubo quede al revés, con la cara de adelante atrás y apuntando hacia arriba en vez de abajo o viceversa. Pero esto recién empieza. ¿Por qué no –ya que estamos simplemente imaginando el objeto– un cubo sin caras, hecho con varillas, que después de todo se asemeja más a la imagen real?
Antes objeté que el cerebro hace complejas las cosas simples, pero también puede hacerlas mucho más complejas (como queda demostrado), y sin embargo se queda generalmente a medio camino por una horrenda razón: costumbre. ¿Por qué no imaginar algo completamente diferente de los objetos que estamos acostumbrados a ver?
Recordemos que esto no es acerca de ilusiones ópticas, sino de otras más graves: racionales. Así también es como pensamos, imaginando lo que falta, y la costumbre en el pensamiento –y especialmente en el orientado a la solución de problemas– con justicia debe llamarse "mediocridad". Es nada menos que la costumbre lo que nos impide darnos cuenta de que en realidad la trompa de un elefante es un periscopio de olores (u otras cosas más importantes).
Uno arriesga más al intentar pensar así, pero tiene la posibilidad de ganar más. Quizá se equivoque al pensar que una foca es una cruza entre un perro y una sirena, pero podría acercarse, sin sospecharlo, al concepto de evolución de las especies. Después de todo, nada hay en éstas que sugiera verlas como cosas completamente separadas, cuando es evidente que comparten las gran mayoría de sus atributos (y por alguna razón). Sucede que, justamente por esa inmensa variedad compartida, es más económico señalar sus diferencias que sus conexiones.
En esta parte hablo básicamente del problema, pero en otro capítulo verás los detalles que podrían ser parte de una solución. En cualquier caso –por la muerte te llega antes tratando de cruzar un túnel pintado por un coyote–, conviene familiarizarse primero con el problema, o haríamos como la bestia mitológica embutiendo la realidad en una teoría prefabricada sin saber por qué. Veamos, en otras palabras, las dimensiones del invitado, y luego construyamos la cama.
El problema, en síntesis, es que el Hombre agrupa cosas incluso de acuerdo con atributos que ni siquiera coexisten, dando origen a creencias, por ejemplo, como las que dominan la pasión por un equipo de fútbol, aún cuando ni los jugadores ni los entrenadores ni los dirigentes ni la pelota ni la cancha son los mismos, cosa que, cuando bien se mira, es tan ridícula como ser fanático de una banda cuyos músicos cambian en cada nuevo álbum. Pero, bueno, la gente ama las estadísticas (aunque no lo sabe).
Estadísticas y probabilidades, sin embargo, no son lo mismo. La distinción que me importa aquí es que las primeras se basan en cosas que han sucedido y por lo tanto muestran que es posible que sucedan (sin garantías de repetición), mientras que las segundas, precisamente, se basan en lo que no ocurrió nunca.
Por ejemplo, parece que nunca ocurrió que la Tierra se transformase en chocolate, así que es probable que siga sin ocurrir, principalmente porque todo indica que no puede ocurrir: es más que una proyección de datos históricos, está limitado por leyes. Preguntarse si alguna ley obliga surgir un cubo en la imagen anterior es fundamental; de otro modo, sólo se prolonga estadísticamente cada línea visible, lo cual es al pensamiento como un Mercedes-Benz a un señor con problemas de erección.
Las estadísticas que maneja la mente individual son tan fiables como las de nivel colectivo: el hecho de que mucha gente haya pensado muchas veces que existe un ser creador del universo no implica la probabilidad de que dicho creador exista ni mucho menos que deba necesariamente ser engreído, celoso, vengativo, genocida, contradictorio y propenso a rascarse las pelotas todos los domingos de la eternidad, una idea ciertamente procústea y decididamente poco ergonómica para la pobre realidad, que tal vez sea algo muy distinto de lo que hasta ahora se pudo imaginar...
Ahora sí, te invito a adentrarte en el mundo de las reglas que dicen dónce y cuándo cortar o estirar a la percepción invitada: Gestalt.