Lo que piensa la gente: intelecto, Facebook, noticias y piratería
¿Qué es lo que deberíamos pensar según la mayoría, y por qué no deberíamos hacerlo?
28/3/13
Continuemos con la revisión de la opinión popular. Otra vez para ello tomaré encuestas de grandes sitios que preguntan y reflexionaré sobre las respuestas. Advierto nuevamente que es natural que la mejor respuesta no esté entre las opciones, ya que si fuera tan simple estar de acuerdo no habría polémica ni necesidad de cuestionarios. Esto hace de la encuesta una gran herramienta para pensar: necesariamente debe faltarle algo...
Dos terceras partes de los encuestados razonan o presienten bien: el intelecto mismo es la fuente de todas las posibilidades para las que no estamos biológicamente programados; es al organismo humano lo que el constructor de niveles a un videojuego. La inteligencia brinda muchas posibilidades; la estupidez, sólo una, que se llama prejuicio. Y admírese de frente la traslúcida belleza de esta palabra: pre-juicio. Todo aquello que se hace sin pensar, con mayor o menor fortuna, es prejuicio. De modo que aún nos queda mucho por desarrollar esta posibilidad de posibilidades que es la inteligencia.
El tercio restante no muestra grandes signos de inteligencia y se compone principalmente de quienes parafrasean el refrán: "la Virgen sólo se les aparece a los tontos y a los pastores". Cabe aclarar que no basta con ser tonto (o la vería tanta gente que perdería su estatus milagroso). Además de estulticia, hay que poseer cierta capacidad alucinatoria y un adecuado asesoramiento mitológico, sin el cual es difícil distinguir entre María, Visnú, Thor, Artemisa y una bolsa atrapada entre las ramas y el viento. Y tampoco es cierto que haya que ser tonto: estadísticamente, la mayor cantidad de vírgenes se aparece a personas con estudios universitarios, particularmente a los ginecólogos (aunque éstos saben que virginidad y alumbramiento en una misma sentencia es una contradicción imposible, como lo es la comedia dramática o lo sería el porno romántico).
Otro grupo comparable en número consta de animales que se autoproclaman inteligentes. Pero no es la inteligencia por sí sola lo que nos diferencia de los animales. Sola, es como un gobierno sin poder ejecutivo ni judicial. La ventaja humana está en la capacidad de actuar conforme a sus decretos: unos los aplican muy bien en ciertas cosas, pero no los creen necesarios para otras que consideran ya resueltas o "cuestiones de fe". Tampoco le vale de nada al león tener afilados colmillos y sentarse a esperar que la presa se le meta en la boca mientras con ellos se rasca las bolas. Casos extremos hay en que ni inteligencia se aprecia y con cierta razón se llama al tonto "animal": cuando no conecta los puntos evidentes de la realidad o está predispuesto a conectarlos mal y creer que una albóndiga es la foto 3D del mesías. Se lo llama sólo "animal" para hacer hincapié en la escasez de la cualidad "inteligente", que lo completaría como humano.
El siguiente grupo proclama que la inteligencia se relaciona siempre con problemas. Y por supuesto que así es: hace falta la luz de aquélla para distinguir éstos en el camino; el tonto jamás se percata de ellos. De hecho, si hay una gran enseñanza bíblica es la del Génesis, mejor interpretado por Kant en su Comienzo verosímil de la historia humana como el nacimiento del discernimiento entre el bien y el mal, o, mejor dicho, entre lo mejor y lo peor: sólo el instinto guiaba a los primeros; descubrieron luego cualidades ocultas a los sentidos y aprendieron también que se podía dominar al instinto ocultando cosas a los sentidos, por ejemplo, cubriendo con hojas sus partes privadas; esto trajo innumerables ventajas y ya no pudieron volver a someterse a la servidumbre del automatismo animal. Pero por más razón que en ello traigan los de este grupo, olvidan que la inteligencia –en todo su espectro, incluyendo las frecuencias emocionales– no es la única fuente de problemas, pero sí la única de soluciones.
Quedaron unos pocos (6,8%) que no llegaron a desarrollar el intelecto como para imaginar que los dominaban los impulsos animales. No pueden siquiera culpar al intelecto porque no saben qué es, no lo han experimentado. Sería igual de necio quien negara la utilidad del transporte porque no imagina lugares distintos y distantes. Sus estructuras mentales les vienen de afuera y son incapaces de adaptarse; en su lugar, adaptan el mundo a sus estructuras. Todo lo que experimentan es el instinto y en su nombre bautizan cualquier sinrazón de su artificio. Esto funcionó en los primeros hombres y funciona aún en los animales salvajes, pero difícilmente pueda uno confiar en el instinto cuando todos los ríos han sido embotellados de igual manera que los venenos. Hoy hay que saber leer la etiqueta de la botella y además pensar, porque ni el instinto ni la experiencia bastan cuando todo cambia al ritmo de la razón.
Los últimos en contestar viven en abundancia, hasta donde se puede deducir. Creen, además, que ésta es fruto de la inteligencia. Son ellos quizá los que peor se equivocan. En dirección opuesta obra la causalidad: la inteligencia florece sólo en la abundancia (literalmente, "desbordamiento"); primero está la cornucopia, luego sus frutos. No se puede pensar con hambre, ni física ni intelectual. Y, para complicar las cosas, ya comenzado el horneo de la civilización, inteligencia y abundancia levan en conjunto y no son mérito de nadie que se siente a la mesa, sino de quienes anteriormente sembraron y cultivaron las semillas de manjares que jamás podrían degustar.
Interesante: casi la mitad de las personas parece tener algún rencor contra Facebook, y seguramente son o fueron sus usuarios. Me cuento entre ellos, si consideramos que Facebook no es sólo un sitio web sino también y especialmente la participación de sus usuarios. Es una herramienta muy buena (que podría mejorar mucho), pero con un mal uso, sin detallar los riesgos que representan sus políticas para la privacidad y sus contenidos para la mente. Abrir Facebook, a veces, implica permitir entrar el mediocre inconsciente colectivo al propio ser. Quizá de verse amenazada su existencia la gente lo usaría con mayor propósito, o al menos con alguno.
Y sumemos un cuarto de gente que con o sin rencor tiene el morbo suficiente de querer presenciar lo que para muchos sería una catástrofe. O tal vez responda esta elección a un profundo anhelo de ver cambios radicales, como la fantasía que supongo que todos compartimos en algún momento: salir un día y encontrar la ciudad desierta. Menos radical y más elemental es esta posibilidad: ¿cómo sería el mundo sin Facebook?, ¿qué haríamos con ese tiempo libre?, ¿habría cambios positivos en las relaciones humanas?, ¿qué tanto nos estuvimos perdiendo del mundo todo este tiempo?, etcétera. O acaso lo único que diferencia esta de la primera respuesta es que sus adherentes no se consideran Anonymous.
Otro cuarto no renunciaría al libro de caras, catálogo de apariencias, al menos por un motivo ajeno. Son las personas a las que no hace falta preguntar qué están haciendo: están en-el-face. Sólo están, generalmente no hacen nada, salvo sustituir con un click cualquier acción o pensamiento posible que puede significar desde "hay cosas peores" hasta "te quiero".
Los últimos, como casi siempre, suelen ser indistinguibles de los cínicos, tanto en sentido clásico como moderno como del humor. Cualquiera familiarizado con el cinismo comprenderá que la respuesta significa "Facebook no es nada, es innecesario, inútil". Quieran o no y realmente sepan o no de qué se habla, los que eligieron esta opción son cínicos en determinado grado: llevan una vida acorde a lo que es estrictamente necesario, que en teoría no requiere la participación o el conocimiento de una red social virtual de moda. Por qué Facebook es una moda lo expuso Mark Twain: porque hay que cambiarlo constantemente. Y el por qué del por qué lo explicó Lewis Carroll: hay que correr muy deprisa para permanecer en el mismo lugar.
Por supuesto que los medios deben cubrir tanto lo bueno como lo malo. Pero quienes esto dicen en realidad no responden a la inquietud por la salud mental. Ha sido la de ellos ya comprometida. Tragan sin masticar las malas noticias y de vez en cuando saborean alguna insulsa, tal como se los domesticó. Se corrompe así el paladar, que cesa de discriminar entre noticia (etimológicamente mucho más cerca de notoriedad que de novedad) y chisme, así como entre urgente e importante a favor de lo primero, la primicia; y, como si la vida fuese un extraño juego de palabras, resulta que medios y miedos forman siempre una mano ganadora. Por eso se maquilla erróneamente la realidad: se enmarquesinan sus rasgos negativos con novedosos rímeles y se entalcan los positivos con gruesas capas de anodismo cultural: entre caída y caída, se intercala un tropezón, como demostrando que no todo es trágico (¡puede ser tragicómico!) y emparejando en el plato que se sirve diariamente el miedo a morir de hambre con el miedo a morir envenenado. No es un plato saludable.
Dos son las reacciones posibles: sentirse deprimido, reprimido y oprimido por la fuerza más primitiva, el miedo, donde lo más elevado no llega, la razón, es una de ellas. Sólo la razón tiene derecho a reprimir, porque combate la tentación natural de librarse a la voluntad ajena. Fue la razón lo que actuó como las cuerdas que a Ulises mantuvieron a salvo de las sirenas. El ser sensible y que se sabe sensible debe recurrir a la razón para pasar del palidecer de miedo al enrojecer de indignación, según la paleta cartesiana de las emociones.
La otra es la insensibilidad, el acostumbramiento, que poco tiene que ver con la indiferencia, ya que ésta se alcanza al comprender completamente la irrelevancia de un asunto, mientras que aquélla se obtiene por defecto al ignorar toda su relevancia. Lógicamente, el segundo es camino de más agradable transitar, aunque no conduce a nada. Está pintado en la roca contra la que el insensible coyote se parte la cabeza una y otra vez, no pudiendo aprender la lección si acostumbrado a los golpes ya no los siente.
Otros prefieren la censura, no de la realidad –¿quién sería tan obtuso?–, sino de su mensajero, el mismo que ya ha censurado casi todo lo bueno. Aunque se nos ha rogado que no matemos al mensajero, ¿no debemos preguntarnos por qué sigue acudiendo a nosotros, y siempre con el mismo mensaje? ¿Para quién trabaja y con qué motivos? Si todas las noticias son sistemáticamente tamizadas hasta dejar sólo las que infunden temor y esconder las que combaten la ignorancia, ¿no se trata de alguna clase de ejercicio del terror? Sin dudas es al menos una forma de la mentira. Lo correcto sería censurar al censurador, impedirle imponer sus intereses para que así el mensaje sea más fiel a la heterogénea realidad. O al menos podría decretarse la necesidad de un mensajero de buenas noticias, y que el destinatario decida sobre qué informarse.
Unos pocos preferirían no seguir las noticias. Pero esto es ilusión, porque de cualquier modo las noticias lo siguen a uno, y además es necesario conocer las malas también. Sería absurdo renunciar a la realidad porque alguno quiere manipularla; más sensato es ejercitar la sana discriminación y contraatacar esa ofensa a la libertad con el libre albedrío que nos queda, informándonos y difundiéndonos. Porque la mala noticia en los medios es sólo la chispa que pone en funcionamiento un motor social que va degradando la apariencia de la realidad y, en consecuencia, las expectativas que tenemos de la misma.
En tanta proporción como agua hay sobre la Tierra, la gente opina que las obras originales son muy caras. Esta opinión no es correcta (ni sincera). Lo caro es la obra editada, la copia del producto original sobre un papel o plástico distribuida por alguien que no es el autor. Por otra parte, se entiende por "piratería" el derecho a compartir representaciones digitales. No se infringe en ello ningún derecho moral del autor, ya que la obra no es alterada y la atribución permanece intacta. Y ambos derechos –del autor y del generoso pirata– no se excluyen en absoluto. El conflicto está en otra parte, lógicamente, la parte que hace mucho dinero vendiendo papel y plástico. Sin embargo, al compartir su copia, el "pirata" no incluye dichos materiales, sino sólo la información para reconstruir la obra, por lo que en nada puede el vendedor clamar por un crimen, ya que no se infringen los derechos industriales. Sí puede, sin embargo, poner mucha presión sobre el sistema judicial, tanta como pesen los billetes en manos de un abogado. La verdad es que las obras son muy baratas, tanto que no permiten vivir de ello a más del 99% de los artistas y creadores. Si la Ley debe intervenir en alguna parte, es en aquella donde el dinero se fuga; esa y no otra parte representa una tremenda ofensa: explotación, monopolio y abuso de poder, además del grotesco retroceso cultural, civil y moral que infunde en nombre del dinero, llegando incluso a convencer a sus propias víctimas. Y en cuanto a las inversiones que realizan las compañías en las obras, bien tendrán que rever sus estrategias; lo que hacen es en un sentido bastante concreto como tirar dinero a la calle y luego demandar a la gente que lo toma.
La segunda respuesta, tras pensarla medio segundo, parece la cosa más cómica jamás dicha sobre este asunto. Por un lado, la gente quiere que se persiga la copia privada; por otro lado, quiere que se respeten los derechos privados del usuario. ¿En qué quedamos? Tu privacidad como usuario, querido 30,8%, incluye el derecho a comprar un limón, quitarle las semillas, sembrarlas, recoger un limón idéntico y regalarlo para que otro haga lo mismo sin que nadie pueda inmiscuirse. No hay nada que perseguir, a menos que realmente te asombre mucho tu propia cola.
Y, ya que no hay tercera opinión popular, aprovecharé para decir un par de cosas. Primero: que las copias realizadas por terceros y generalmente vendidas son lo que se piratea, por lo tanto: no debe hablarse de derechos de autor sino de derechos de copista, editor o intermediario (léase: la "industria criminal organizada que debe ser castigada por la Ley"). Por lo tanto, segundo: que el autor debería demandar a la compañía editora por las pérdidas que le ocasionó con su pobre e insegura difusión, y tendría el derecho de exigir a cada "pirata" que se le pague su parte, es decir, aproximadamente un 2% del valor de la copia, que es lo que recibe de la compañía (un músico promedio, por ejemplo, recibe 23 dólares por cada 1.000 que generan las ventas). Tercero:
¿Le ayuda su intelecto en su vida?
Dos terceras partes de los encuestados razonan o presienten bien: el intelecto mismo es la fuente de todas las posibilidades para las que no estamos biológicamente programados; es al organismo humano lo que el constructor de niveles a un videojuego. La inteligencia brinda muchas posibilidades; la estupidez, sólo una, que se llama prejuicio. Y admírese de frente la traslúcida belleza de esta palabra: pre-juicio. Todo aquello que se hace sin pensar, con mayor o menor fortuna, es prejuicio. De modo que aún nos queda mucho por desarrollar esta posibilidad de posibilidades que es la inteligencia.
El tercio restante no muestra grandes signos de inteligencia y se compone principalmente de quienes parafrasean el refrán: "la Virgen sólo se les aparece a los tontos y a los pastores". Cabe aclarar que no basta con ser tonto (o la vería tanta gente que perdería su estatus milagroso). Además de estulticia, hay que poseer cierta capacidad alucinatoria y un adecuado asesoramiento mitológico, sin el cual es difícil distinguir entre María, Visnú, Thor, Artemisa y una bolsa atrapada entre las ramas y el viento. Y tampoco es cierto que haya que ser tonto: estadísticamente, la mayor cantidad de vírgenes se aparece a personas con estudios universitarios, particularmente a los ginecólogos (aunque éstos saben que virginidad y alumbramiento en una misma sentencia es una contradicción imposible, como lo es la comedia dramática o lo sería el porno romántico).
Otro grupo comparable en número consta de animales que se autoproclaman inteligentes. Pero no es la inteligencia por sí sola lo que nos diferencia de los animales. Sola, es como un gobierno sin poder ejecutivo ni judicial. La ventaja humana está en la capacidad de actuar conforme a sus decretos: unos los aplican muy bien en ciertas cosas, pero no los creen necesarios para otras que consideran ya resueltas o "cuestiones de fe". Tampoco le vale de nada al león tener afilados colmillos y sentarse a esperar que la presa se le meta en la boca mientras con ellos se rasca las bolas. Casos extremos hay en que ni inteligencia se aprecia y con cierta razón se llama al tonto "animal": cuando no conecta los puntos evidentes de la realidad o está predispuesto a conectarlos mal y creer que una albóndiga es la foto 3D del mesías. Se lo llama sólo "animal" para hacer hincapié en la escasez de la cualidad "inteligente", que lo completaría como humano.
El siguiente grupo proclama que la inteligencia se relaciona siempre con problemas. Y por supuesto que así es: hace falta la luz de aquélla para distinguir éstos en el camino; el tonto jamás se percata de ellos. De hecho, si hay una gran enseñanza bíblica es la del Génesis, mejor interpretado por Kant en su Comienzo verosímil de la historia humana como el nacimiento del discernimiento entre el bien y el mal, o, mejor dicho, entre lo mejor y lo peor: sólo el instinto guiaba a los primeros; descubrieron luego cualidades ocultas a los sentidos y aprendieron también que se podía dominar al instinto ocultando cosas a los sentidos, por ejemplo, cubriendo con hojas sus partes privadas; esto trajo innumerables ventajas y ya no pudieron volver a someterse a la servidumbre del automatismo animal. Pero por más razón que en ello traigan los de este grupo, olvidan que la inteligencia –en todo su espectro, incluyendo las frecuencias emocionales– no es la única fuente de problemas, pero sí la única de soluciones.
Quedaron unos pocos (6,8%) que no llegaron a desarrollar el intelecto como para imaginar que los dominaban los impulsos animales. No pueden siquiera culpar al intelecto porque no saben qué es, no lo han experimentado. Sería igual de necio quien negara la utilidad del transporte porque no imagina lugares distintos y distantes. Sus estructuras mentales les vienen de afuera y son incapaces de adaptarse; en su lugar, adaptan el mundo a sus estructuras. Todo lo que experimentan es el instinto y en su nombre bautizan cualquier sinrazón de su artificio. Esto funcionó en los primeros hombres y funciona aún en los animales salvajes, pero difícilmente pueda uno confiar en el instinto cuando todos los ríos han sido embotellados de igual manera que los venenos. Hoy hay que saber leer la etiqueta de la botella y además pensar, porque ni el instinto ni la experiencia bastan cuando todo cambia al ritmo de la razón.
Los últimos en contestar viven en abundancia, hasta donde se puede deducir. Creen, además, que ésta es fruto de la inteligencia. Son ellos quizá los que peor se equivocan. En dirección opuesta obra la causalidad: la inteligencia florece sólo en la abundancia (literalmente, "desbordamiento"); primero está la cornucopia, luego sus frutos. No se puede pensar con hambre, ni física ni intelectual. Y, para complicar las cosas, ya comenzado el horneo de la civilización, inteligencia y abundancia levan en conjunto y no son mérito de nadie que se siente a la mesa, sino de quienes anteriormente sembraron y cultivaron las semillas de manjares que jamás podrían degustar.
¿Le gustaría que Anonymous destruyera Facebook?
Interesante: casi la mitad de las personas parece tener algún rencor contra Facebook, y seguramente son o fueron sus usuarios. Me cuento entre ellos, si consideramos que Facebook no es sólo un sitio web sino también y especialmente la participación de sus usuarios. Es una herramienta muy buena (que podría mejorar mucho), pero con un mal uso, sin detallar los riesgos que representan sus políticas para la privacidad y sus contenidos para la mente. Abrir Facebook, a veces, implica permitir entrar el mediocre inconsciente colectivo al propio ser. Quizá de verse amenazada su existencia la gente lo usaría con mayor propósito, o al menos con alguno.
Y sumemos un cuarto de gente que con o sin rencor tiene el morbo suficiente de querer presenciar lo que para muchos sería una catástrofe. O tal vez responda esta elección a un profundo anhelo de ver cambios radicales, como la fantasía que supongo que todos compartimos en algún momento: salir un día y encontrar la ciudad desierta. Menos radical y más elemental es esta posibilidad: ¿cómo sería el mundo sin Facebook?, ¿qué haríamos con ese tiempo libre?, ¿habría cambios positivos en las relaciones humanas?, ¿qué tanto nos estuvimos perdiendo del mundo todo este tiempo?, etcétera. O acaso lo único que diferencia esta de la primera respuesta es que sus adherentes no se consideran Anonymous.
Otro cuarto no renunciaría al libro de caras, catálogo de apariencias, al menos por un motivo ajeno. Son las personas a las que no hace falta preguntar qué están haciendo: están en-el-face. Sólo están, generalmente no hacen nada, salvo sustituir con un click cualquier acción o pensamiento posible que puede significar desde "hay cosas peores" hasta "te quiero".
Los últimos, como casi siempre, suelen ser indistinguibles de los cínicos, tanto en sentido clásico como moderno como del humor. Cualquiera familiarizado con el cinismo comprenderá que la respuesta significa "Facebook no es nada, es innecesario, inútil". Quieran o no y realmente sepan o no de qué se habla, los que eligieron esta opción son cínicos en determinado grado: llevan una vida acorde a lo que es estrictamente necesario, que en teoría no requiere la participación o el conocimiento de una red social virtual de moda. Por qué Facebook es una moda lo expuso Mark Twain: porque hay que cambiarlo constantemente. Y el por qué del por qué lo explicó Lewis Carroll: hay que correr muy deprisa para permanecer en el mismo lugar.
¿Las malas noticias en los medios afectan su salud mental?
Por supuesto que los medios deben cubrir tanto lo bueno como lo malo. Pero quienes esto dicen en realidad no responden a la inquietud por la salud mental. Ha sido la de ellos ya comprometida. Tragan sin masticar las malas noticias y de vez en cuando saborean alguna insulsa, tal como se los domesticó. Se corrompe así el paladar, que cesa de discriminar entre noticia (etimológicamente mucho más cerca de notoriedad que de novedad) y chisme, así como entre urgente e importante a favor de lo primero, la primicia; y, como si la vida fuese un extraño juego de palabras, resulta que medios y miedos forman siempre una mano ganadora. Por eso se maquilla erróneamente la realidad: se enmarquesinan sus rasgos negativos con novedosos rímeles y se entalcan los positivos con gruesas capas de anodismo cultural: entre caída y caída, se intercala un tropezón, como demostrando que no todo es trágico (¡puede ser tragicómico!) y emparejando en el plato que se sirve diariamente el miedo a morir de hambre con el miedo a morir envenenado. No es un plato saludable.
Dos son las reacciones posibles: sentirse deprimido, reprimido y oprimido por la fuerza más primitiva, el miedo, donde lo más elevado no llega, la razón, es una de ellas. Sólo la razón tiene derecho a reprimir, porque combate la tentación natural de librarse a la voluntad ajena. Fue la razón lo que actuó como las cuerdas que a Ulises mantuvieron a salvo de las sirenas. El ser sensible y que se sabe sensible debe recurrir a la razón para pasar del palidecer de miedo al enrojecer de indignación, según la paleta cartesiana de las emociones.
La otra es la insensibilidad, el acostumbramiento, que poco tiene que ver con la indiferencia, ya que ésta se alcanza al comprender completamente la irrelevancia de un asunto, mientras que aquélla se obtiene por defecto al ignorar toda su relevancia. Lógicamente, el segundo es camino de más agradable transitar, aunque no conduce a nada. Está pintado en la roca contra la que el insensible coyote se parte la cabeza una y otra vez, no pudiendo aprender la lección si acostumbrado a los golpes ya no los siente.
Otros prefieren la censura, no de la realidad –¿quién sería tan obtuso?–, sino de su mensajero, el mismo que ya ha censurado casi todo lo bueno. Aunque se nos ha rogado que no matemos al mensajero, ¿no debemos preguntarnos por qué sigue acudiendo a nosotros, y siempre con el mismo mensaje? ¿Para quién trabaja y con qué motivos? Si todas las noticias son sistemáticamente tamizadas hasta dejar sólo las que infunden temor y esconder las que combaten la ignorancia, ¿no se trata de alguna clase de ejercicio del terror? Sin dudas es al menos una forma de la mentira. Lo correcto sería censurar al censurador, impedirle imponer sus intereses para que así el mensaje sea más fiel a la heterogénea realidad. O al menos podría decretarse la necesidad de un mensajero de buenas noticias, y que el destinatario decida sobre qué informarse.
Unos pocos preferirían no seguir las noticias. Pero esto es ilusión, porque de cualquier modo las noticias lo siguen a uno, y además es necesario conocer las malas también. Sería absurdo renunciar a la realidad porque alguno quiere manipularla; más sensato es ejercitar la sana discriminación y contraatacar esa ofensa a la libertad con el libre albedrío que nos queda, informándonos y difundiéndonos. Porque la mala noticia en los medios es sólo la chispa que pone en funcionamiento un motor social que va degradando la apariencia de la realidad y, en consecuencia, las expectativas que tenemos de la misma.
¿Qué opina sobre la piratería en Internet?
En tanta proporción como agua hay sobre la Tierra, la gente opina que las obras originales son muy caras. Esta opinión no es correcta (ni sincera). Lo caro es la obra editada, la copia del producto original sobre un papel o plástico distribuida por alguien que no es el autor. Por otra parte, se entiende por "piratería" el derecho a compartir representaciones digitales. No se infringe en ello ningún derecho moral del autor, ya que la obra no es alterada y la atribución permanece intacta. Y ambos derechos –del autor y del generoso pirata– no se excluyen en absoluto. El conflicto está en otra parte, lógicamente, la parte que hace mucho dinero vendiendo papel y plástico. Sin embargo, al compartir su copia, el "pirata" no incluye dichos materiales, sino sólo la información para reconstruir la obra, por lo que en nada puede el vendedor clamar por un crimen, ya que no se infringen los derechos industriales. Sí puede, sin embargo, poner mucha presión sobre el sistema judicial, tanta como pesen los billetes en manos de un abogado. La verdad es que las obras son muy baratas, tanto que no permiten vivir de ello a más del 99% de los artistas y creadores. Si la Ley debe intervenir en alguna parte, es en aquella donde el dinero se fuga; esa y no otra parte representa una tremenda ofensa: explotación, monopolio y abuso de poder, además del grotesco retroceso cultural, civil y moral que infunde en nombre del dinero, llegando incluso a convencer a sus propias víctimas. Y en cuanto a las inversiones que realizan las compañías en las obras, bien tendrán que rever sus estrategias; lo que hacen es en un sentido bastante concreto como tirar dinero a la calle y luego demandar a la gente que lo toma.
La segunda respuesta, tras pensarla medio segundo, parece la cosa más cómica jamás dicha sobre este asunto. Por un lado, la gente quiere que se persiga la copia privada; por otro lado, quiere que se respeten los derechos privados del usuario. ¿En qué quedamos? Tu privacidad como usuario, querido 30,8%, incluye el derecho a comprar un limón, quitarle las semillas, sembrarlas, recoger un limón idéntico y regalarlo para que otro haga lo mismo sin que nadie pueda inmiscuirse. No hay nada que perseguir, a menos que realmente te asombre mucho tu propia cola.
Y, ya que no hay tercera opinión popular, aprovecharé para decir un par de cosas. Primero: que las copias realizadas por terceros y generalmente vendidas son lo que se piratea, por lo tanto: no debe hablarse de derechos de autor sino de derechos de copista, editor o intermediario (léase: la "industria criminal organizada que debe ser castigada por la Ley"). Por lo tanto, segundo: que el autor debería demandar a la compañía editora por las pérdidas que le ocasionó con su pobre e insegura difusión, y tendría el derecho de exigir a cada "pirata" que se le pague su parte, es decir, aproximadamente un 2% del valor de la copia, que es lo que recibe de la compañía (un músico promedio, por ejemplo, recibe 23 dólares por cada 1.000 que generan las ventas). Tercero:
Estoy de acuerdo con la mayoría en todas las preguntas de la encuesta.
ResponderEliminarA diferencia del post anterior en esta encuesta no se han hecho preguntas que generen dudas, tenga que ver con el adoctrinamiento de cada persona o haya varias respuestas posibles.
Haciendo uso de mi intelecto pienso que se debería RESPETAR la propiedad intelectual pero si hablamos de mas de 2 millones de copias creo que debería haber una ley que obligue a las empresas de software a corregir su precio inversamente proporcional a la cantidad de copias vendidas y a los productos pongamos por ejemplo a nuestro fabuloso Windows no tengo problema con que bill sea obsenamente rico pero debería reducir el precio de una licencia de wxp a 1$us y asi todos podrían tener wxp original o la de w7 a 10$us y creo que todos la compraríamos eso haría que el trabajo de un pirata sea absurdo ya que todos preferiríamos tener una versión original por que no consultamos pienso que en sud América tendría un mercado de mas de 100 millones de compradores que cuentan con versiones pirata de Windows no le vendría nada mal a bill 1000 millones por ventas de w7 digámoslo en barata no creen ? y quisiera publicar en mi cuenta facebook por que creo que es una buena forma de llegar a un gran numero de personas a bajo costo pero solo me quedo crear una cuenta google gg
ResponderEliminarEs un buena idea que podría llevarse más lejos: dar el software y recibir donaciones voluntarias, como lo hace Wikipedia. Porque, aunque se piense en primera instancia que Wikipedia es un producto de los usuarios, se trata esencialmente de un servicio que ofrece un tercero y que además descansa sobre software y hardware, y funciona muy bien con ese modelo económico sin molestar a quien no puede o no quiere pagar por él. Tengo pocas dudas de que así Microsoft recaudaría mucho más que un dólar por usuario.
ResponderEliminarEn mi opinión, un paso para bajar el precio de productos como videojuegos sería introducir publicidad dentro de ellos. Personalmente a mi no me molestaría ver en un juego de mundo abierto un cartel de coca-cola en vez de una marca que se hayan inventado los programadores. Si no recuerdo mal ya se hizo esto con un juego de conducción en el que metieron un letrero de propaganda electoral de Obama.
ResponderEliminarComo se despotrican de inteligencia los comentarios de los presentes y me sumo, así sea en mal trago (y escupiendo al aire) genial esta encuesta un poco "dirigida" pero con un análisis esternillante (es que es por confundir para el que no sabe). Y aunque siento que fue más un análisis parcial por lógica semántica que por sentido inherente lo considero muy valido, mucha gente solo responde convencionalismos premasticados, tal vez en los link se especifique pero creo que no haría ningún mal decir quienes fueron los agraciados donantes de opinión y sus demás datos demográficos (generales por si alguien malinterpreta). Tengo un aire presuntuoso al escribir que me parto de los cojones, pero sigo para secundar la idea de Roberto Bejarano porque la idea en si no es tan absurda pero describiendo el como, es ahí donde lo veo más brillante porque se nota (yo lo noto) que este hombre sabe mucho de costos y de su calculo. En cuanto Ayreonauta, estoy un poco en desacuerdo pero es que es tan genial igualizar (a que existe el termino) dos empresas tan parecidas, simplemente maravillo. Y solo por seguir la corriente, reitero, si estoy de acuerdo en que la estrategia de venta debería ser otra, bajar los precios y aprovechar los nuevos mercados que hoy en día ofrecen menos costes en la distribución de los productos (tangibles o no) eso seria más humano por parte de las empresas (humano por decir, hombre) pero la piratería seguiría siendo la misma o mutada, pero dudo mucho que acabada. Bueno de todas formas yo soy feliz siendo una persona ignorante, actuando bajo mi propia intuición y compartiendo memes en redes sociales como la gente común, es que soy tan normal.
ResponderEliminarSe despide un lector con enanismo mental muy agradecido con el buen rato que le ha dado hoy este articulo.
Yo considero que no hay necesidad de acabar con la piratería (según el punto de vista que expresé: es sólo compartir archivos, a menos que con ello se lucre o se infrinjan otros derechos no económicos). Bastaría con maximizar lo posible las ganancias de los autores. Pero para eso hay que eliminar al intermediario innecesario, y la piratería está haciendo un trabajo estupendo. Un día le agradecerán.
ResponderEliminarEn cuanto a los encuestados, son muy heterogéneos, todos hispanoparlantes y calculo que adultos en su mayoría, de acuerdo al tipo de periódicos online que realizaron las encuestas. No doy más detalles para reservarme el derecho a divertirme con ellas más adelante.
ResponderEliminarOpino que: No hace falta que nadie destruya Facebook, solo con que la gente no lo utilice alcanza. Al igual que las noticias, nos bombardean con "noticias" que si son malas las hacen terriblemente tragicas, pero solo por que hay alguien que compra todo ese circo.
ResponderEliminarCon respecto a la piratería: Me encanta. Bah, me encanta que alguien copie lo original, para distribuirlo GRATUITAMENTE al que lo quiera poder apreciar. Odio con el alma cuando se venden estas cosas, la paso mal cuando la gente compra pelis en la calle, vender algo que copias es algo que debe ser penado.
ResponderEliminarBuenos puntos los de la piratería, realmente las obras son baratas, tomando en cuenta el verdadero valor de la obra original, pero los derechos por tener un vil copia industrializada "original" si está caro, que los artistas vendan su musica barata en su propia página de internet es la unica solución para todos, menos claro para los culeros, que tendrán que encontrar en ellos mismos algo que vender, en lugar de exprimir a los creadores.
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