Saturno orbitando la Tierra
Un viaje mental hacia el planeta que esconde entre sus anillos una de las más bellas historias de la ciencia y del conocimiento.
21/8/12
Ahora exploremos aquél planeta que extiende sus dominios con anillos girando en torno a él, como las flechas al centro del reloj, de distintos tamaños y rotando a diferentes velocidades, señalando hacia afuera pero atadas a un mismo punto, el centro de Saturno, Cronos. No es el único planeta con esta característica (incluso hasta la Tierra pudo tener anillos), pero es el que enseñó a nuestra especie una gran moraleja...
Holst, Los planetas, Saturno, el portador de la vejez.
El dios Saturno devoró a sus hijos, y el planeta hizo lo mismo, al menos ante los embelesados ojos e imaginación de Galileo, el primero en observar sus anillos: sin tener idea de que un planeta pudiese estar anillado, el astrónomo creyó ver tres planetas, uno dentro de otro. Asombrado como quien cree ver tal cosa por uno de los primeros telescopios del mundo, y quizá del universo, y como se acostumbraba para evitar ser rectificado por el fuego inquisidor, Galilei escribió su hallazgo en código, como un anagrama. Décadas más tarde, Cristiaan Huygens y el filósofo Baruch de Spinoza, que se ganaba la vida y estas líneas puliendo lentes, pudieron corregir el espejismo del Padre de la Astronomía con ayuda de un telescopio mejor.
Hay una moraleja tan sublime en esta historia que no cabría en un manual de método científico ni en las fantasías de las mentes burdas.
Retomando el entusiasmo del primer astrónomo, veamos a la Luna creciendo hasta alcanzar 33 veces su tamaño, tornándose profundamente colorida y haciendo girar enormes discos a su alrededor. Ahora, nueve veces más grande que la Tierra y cuatro mil veces más cerca que de costumbre, esta luna con bijouterie de cristalino hielo, apareciendo sobre el horizonte como invitando a comprobar su solidez, sigue sin parecer lo que realmente es: un inmenso globo de gas, tan liviano en su totalidad que flotaría en pocos metros de agua, literalmente.
En Saturno, si fuese posible andar entre sus nubes, uno no necesitaría brújula, porque todos los vientos van en la misma dirección: hacia el Este. Por eso su cabellera cósmica es mucho más lacia que la del enrulado Júpiter, salvo por un par de lógicos remolinos en los polos. Y es que resulta matemáticamente imposible peinar una esfera de modo que todos sus pelos miren en una misma dirección, aunque el estilo de Saturno se acerca bastante a lo que con ese límite es la perfección.
Sólo cada 30 años una gran mancha blanca, de varias tierras de largo, crece de pronto y lo perturba todo, burbujeando por efecto del Sol hasta encanecer casi todo el planeta, revelando que sus aparentemente apacibles brisas son en realidad furiosos vientos hipersónicos.
Las apariencias que engañaran a Galileo también han de caer aquí, porque Saturno no tenía dos anillos, ni tres, como vieran otros después, sino miles y millones en perfecta armonía, acercándose cada vez más entre sí cuanto más cerca del planeta, algunos separados por estrechos y oscuros pasadizos donde circulan sus lunas pastoras de polvo y hielo lustrando los helados círculos que brillan a distancias astronómicas.
Y entre sus muchos satélites, de Saturno merecen un párrafo dos: el gigantesco y precioso Titán, tan complejo como un planeta, y Encélado, el más brillante de todo el Sistema Solar, reflejando el 99% de la luz que recibe, como un espejo. En comparación, nuestra luna refleja en promedio sólo alrededor de un 7%. Bajo la luz de Encélado, los lobos desgarrarían sus gargantas de melancolía, incluso sin saber que tanto aquella deslumbrante luna como Titán podrían albergar vida.
La poética complejidad de Saturno es inagotable, pero lo más increíble es que esa cosa maravillosa que describo está verdaderamente ahí afuera, más cerca de nosotros que casi todo lo demás del universo. Y flota en agua.
Holst, Los planetas, Saturno, el portador de la vejez.
El dios Saturno devoró a sus hijos, y el planeta hizo lo mismo, al menos ante los embelesados ojos e imaginación de Galileo, el primero en observar sus anillos: sin tener idea de que un planeta pudiese estar anillado, el astrónomo creyó ver tres planetas, uno dentro de otro. Asombrado como quien cree ver tal cosa por uno de los primeros telescopios del mundo, y quizá del universo, y como se acostumbraba para evitar ser rectificado por el fuego inquisidor, Galilei escribió su hallazgo en código, como un anagrama. Décadas más tarde, Cristiaan Huygens y el filósofo Baruch de Spinoza, que se ganaba la vida y estas líneas puliendo lentes, pudieron corregir el espejismo del Padre de la Astronomía con ayuda de un telescopio mejor.
Hay una moraleja tan sublime en esta historia que no cabría en un manual de método científico ni en las fantasías de las mentes burdas.
Retomando el entusiasmo del primer astrónomo, veamos a la Luna creciendo hasta alcanzar 33 veces su tamaño, tornándose profundamente colorida y haciendo girar enormes discos a su alrededor. Ahora, nueve veces más grande que la Tierra y cuatro mil veces más cerca que de costumbre, esta luna con bijouterie de cristalino hielo, apareciendo sobre el horizonte como invitando a comprobar su solidez, sigue sin parecer lo que realmente es: un inmenso globo de gas, tan liviano en su totalidad que flotaría en pocos metros de agua, literalmente.
En Saturno, si fuese posible andar entre sus nubes, uno no necesitaría brújula, porque todos los vientos van en la misma dirección: hacia el Este. Por eso su cabellera cósmica es mucho más lacia que la del enrulado Júpiter, salvo por un par de lógicos remolinos en los polos. Y es que resulta matemáticamente imposible peinar una esfera de modo que todos sus pelos miren en una misma dirección, aunque el estilo de Saturno se acerca bastante a lo que con ese límite es la perfección.
Sólo cada 30 años una gran mancha blanca, de varias tierras de largo, crece de pronto y lo perturba todo, burbujeando por efecto del Sol hasta encanecer casi todo el planeta, revelando que sus aparentemente apacibles brisas son en realidad furiosos vientos hipersónicos.
Las apariencias que engañaran a Galileo también han de caer aquí, porque Saturno no tenía dos anillos, ni tres, como vieran otros después, sino miles y millones en perfecta armonía, acercándose cada vez más entre sí cuanto más cerca del planeta, algunos separados por estrechos y oscuros pasadizos donde circulan sus lunas pastoras de polvo y hielo lustrando los helados círculos que brillan a distancias astronómicas.
Y entre sus muchos satélites, de Saturno merecen un párrafo dos: el gigantesco y precioso Titán, tan complejo como un planeta, y Encélado, el más brillante de todo el Sistema Solar, reflejando el 99% de la luz que recibe, como un espejo. En comparación, nuestra luna refleja en promedio sólo alrededor de un 7%. Bajo la luz de Encélado, los lobos desgarrarían sus gargantas de melancolía, incluso sin saber que tanto aquella deslumbrante luna como Titán podrían albergar vida.
La poética complejidad de Saturno es inagotable, pero lo más increíble es que esa cosa maravillosa que describo está verdaderamente ahí afuera, más cerca de nosotros que casi todo lo demás del universo. Y flota en agua.
Mercurio | Venus | Marte | Júpiter | Saturno | Urano | Neptuno |
Me pregunto, si una forma de vida inteligente viniera a nuestro sistema solar, ¿se verían atraídos por la tierra?, tal vez con tantos lugares interesantes no seriamos los primeros e su lista.
ResponderEliminarNo sé a los extraterrestres, pero a mí los viajes interestelares me dan mucha sed.
ResponderEliminar¿cómo sería si una Tierra orbitase la Tierra?
ResponderEliminarAhora que lo pienso decir "Saturno orbitando la Tierra" es incorrecto, nosotros estaríamos orbitandolo.
ResponderEliminarPablo, justamente me estoy preguntando lo mismo... aunque si hay vida en ambas, una cosa es segura: cualquier astronauta que llegue a la luna, pensaría que nunca salio de la tierra...
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