Botones placebo
Muchas cosas que usamos a diario realmente no funcionan.
2/9/09
Yo era bastante chico cuando, intentando cruzar una ruta transitada, me dí cuenta de que el botón del semáforo realmente no hacía nada. Se suponía que cambiara de verde a rojo, pero a pesar de las variaciones en mis experimentos, siempre cambiaba a intervalos regulares. Claro, pensé que se había descompuesto y olvidé completamente el asunto hasta hoy, cuando meditaba sobre lo que estoy a punto de contar...
Ahora viene una revelación un poco fuerte, pero no hay forma más delicada de decirla. Inhala profundamente, querido lector, porque estás a punto de recibir un conocimiento cuyos efectos son sólo comparables a despertar de la Matrix, desnudo y recubierto de una sustancia pegajosa de origen incierto (yo no tuve nada que ver).
Esto me pasa seguido: voy caminando como de costumbre, con el porte elegante que me caracteriza, irradiando paz a mi alrededor, y me dirijo con paso tranquilo pero determinado hacia el ascensor donde acaba de ingresar una hermosa mujer. Ella me ve, sonríe y desliza su dedo hacia la botonera y con disimulado frenesí comienza a presionar el botón para cerrar la puerta. Pero yo cuento con un conocimiento que me da ventaja...
La terrible verdad es esta, paciente lector: la mayoría de los ascensores o elevadores modernos tienen botones placebo para cerrar la puerta. Ni siquiera están conectados al tablero. La puerta se cerrará cuando le de la maldita gana. Esos botones están allí para dar al usuario una sensación de poder que realmente no posee, como en el caso citado. Pero no me crean; hagan la prueba y contrastemos los resultados.
En realidad, pienso que en el fondo todos debemos saber que dicho botón es inútil, y que por eso se suele presionar varias veces seguidas y con compulsiva insistencia, como si eso acelerara la reacción de la puerta... o al menos nos entretuviera hasta que la puerta decida cerrarse por sí sola (siempre que nada obstruya el sensor óptico ubicado en su parte inferior, que es el verdadero interruptor).
Si ese inofensivo botón placebo no estuviera allí, la sensación al viajar en ascensor sería radicalmente diferente (y las mujeres hermosas, en lugar de presionarlo, me apuntarían con un arma).
Es más, estoy seguro de que si se decidiera instalar masivamente botones placebo con la leyenda "x2" (para que el ascensor suba más rápido), la gente estaría feliz de viajar cincuenta pisos con el dedo pegado al botón.
En estos dos casos, el del ascensor y el del semáforo (que también suele tener botones placebo), es fácilmente justificable que los sigamos usando: si después de una determinada acción acostumbra a venir otra acción, terminamos asociándolas y creyendo que la primera es causa de la segunda, cuando bien podría tratarse de una simple coincidencia. Y nuestros cerebros están preparados, por una cuestión concerniente a la supervivencia, para recordar con más fuerza los casos en que se dio la coincidencia positiva, olvidando las ocasiones en que no hubo relación, ya que de poco nos sirven.
La pregunta que encierra obligatoriamente este conocimiento es: ¿hay otros botones placebo en nuestras vidas? No necesariamente deben ser botones...
Si bien en muchos ascensores el botón manual realmente funciona, en la mayoría de los casos se trata de un simple juego de azar. Lo cual me recuerda que, según un experimento realizado en un casino, se comprobó que los jugadores de dados que querían sacar números altos arrojaban el dado con fuerza, mientras que lo hacían con suavidad si deseaban un número bajo. No hace falta decir que no existe relación alguna entre la potencia y la cantidad de control que uno tiene sobre el dado, pero esto le da al jugador una sensación de poder a la que aferrarse en ese reino de adictivo caos; le hace creer que realmente está participando de ese juego en donde tristemente sólo juegan las leyes de la física.
Y... ¿no será la vida misma como un gran casino (hoy estoy hecho un poeta)? ¿Qué tanto control tenemos sobre la realidad? No me refiero al libre albedrío, sino a cosas mucho más concretas que podríamos hacer cada día creyendo que surten un efecto y que en realidad no hacen nada, como la fuerza ejercida al lanzar un dado. Eso me gustaría oír de ustedes, cosas cotidianas...
Me interrumpo. Mientras escribo en este instante, veo debajo un botón titulado "guardar ahora", que en realidad tampoco sirve de mucho, ya que el texto se guarda automáticamente cada pocos segundos. Pero seguramente enloquecería si ese botón no estuviese ahí. Si bien este sí funciona, el efecto ocurrirá de todas formas, lo presione o no. Es un tipo de placebo más ligero. Me desinterrumpo.
La cotidianidad informática está llena de botones placebo, desde el clásico "acepto los términos" al instalar un software hasta... ¿sabías que no hace falta escribir www delante de cada dirección web? ¡No! Sólo conozco dos o tres sitios que realmente lo requieren. De hecho, es una molestia para millones de personas –como yo– tener que hacer los preparativos necesarios para que se pueda acceder a cibermitanios.com.ar a través de www.cibermitanios.com.ar, cuando la verdadera dirección es la primera.
No serán botones pero son placebos, y dan cuenta de lo que nos hace la costumbre (es más, juro que acabo de apretar nuevamente el botón "guardar ahora").
Otro ejemplo, que va aún más allá: en un lugar donde trabajé unos años, había un termostato para controlar la temperatura de la sala. Lo cierto es que no funcionaba (en este caso porque estaba roto)... pero cuando alguien con demasiado frío o demasiado calor te ve mover la perilla se queda tranquilo. Al menos esa fue mi suposición hasta que reforcé mi creencia al enterarme de alguien que hizo instalar varias decenas de perillas placebo para que sus empleadas dejaran de quejarse por la temperatura. Así, cada una creía que controlaba el clima de su propio sector... y se acabaron los problemas.
No es tan diferente a lo que hacían los antiguos finlandeses que vendían viento. Vendían, en realidad una especie de pañuelo con tres nudos que, al ser desatados, provocaban una brisa por el primer nudo, un viento fuerte por el segundo y un vendaval por el tercero, por supuesto, esperando un tiempo razonable hasta que el "efecto" se hiciera presente. Eran nudos placebo, y los nudos eran lo más parecido a un botón en esa época.
Y con esto, pensando en otros ejemplos, no pude evitar sacarme el sombrero ante el más fantástico de todos, el botón placebo más grande de todos los tiempos: la religión. O, para ser más justo, los ritos que involucran a la superstición, sin referirme a ninguna religión en particular, siempre que esté fundada sobre prejuicios supersticiosos y rituales de transmisión folclórica.
Ahora, pulsa cada 108 minutos para que escriba el próximo post. Námaste.
Ahora viene una revelación un poco fuerte, pero no hay forma más delicada de decirla. Inhala profundamente, querido lector, porque estás a punto de recibir un conocimiento cuyos efectos son sólo comparables a despertar de la Matrix, desnudo y recubierto de una sustancia pegajosa de origen incierto (yo no tuve nada que ver).
Esto me pasa seguido: voy caminando como de costumbre, con el porte elegante que me caracteriza, irradiando paz a mi alrededor, y me dirijo con paso tranquilo pero determinado hacia el ascensor donde acaba de ingresar una hermosa mujer. Ella me ve, sonríe y desliza su dedo hacia la botonera y con disimulado frenesí comienza a presionar el botón para cerrar la puerta. Pero yo cuento con un conocimiento que me da ventaja...
La terrible verdad es esta, paciente lector: la mayoría de los ascensores o elevadores modernos tienen botones placebo para cerrar la puerta. Ni siquiera están conectados al tablero. La puerta se cerrará cuando le de la maldita gana. Esos botones están allí para dar al usuario una sensación de poder que realmente no posee, como en el caso citado. Pero no me crean; hagan la prueba y contrastemos los resultados.
En realidad, pienso que en el fondo todos debemos saber que dicho botón es inútil, y que por eso se suele presionar varias veces seguidas y con compulsiva insistencia, como si eso acelerara la reacción de la puerta... o al menos nos entretuviera hasta que la puerta decida cerrarse por sí sola (siempre que nada obstruya el sensor óptico ubicado en su parte inferior, que es el verdadero interruptor).
Si ese inofensivo botón placebo no estuviera allí, la sensación al viajar en ascensor sería radicalmente diferente (y las mujeres hermosas, en lugar de presionarlo, me apuntarían con un arma).
Es más, estoy seguro de que si se decidiera instalar masivamente botones placebo con la leyenda "x2" (para que el ascensor suba más rápido), la gente estaría feliz de viajar cincuenta pisos con el dedo pegado al botón.
En estos dos casos, el del ascensor y el del semáforo (que también suele tener botones placebo), es fácilmente justificable que los sigamos usando: si después de una determinada acción acostumbra a venir otra acción, terminamos asociándolas y creyendo que la primera es causa de la segunda, cuando bien podría tratarse de una simple coincidencia. Y nuestros cerebros están preparados, por una cuestión concerniente a la supervivencia, para recordar con más fuerza los casos en que se dio la coincidencia positiva, olvidando las ocasiones en que no hubo relación, ya que de poco nos sirven.
La pregunta que encierra obligatoriamente este conocimiento es: ¿hay otros botones placebo en nuestras vidas? No necesariamente deben ser botones...
Si bien en muchos ascensores el botón manual realmente funciona, en la mayoría de los casos se trata de un simple juego de azar. Lo cual me recuerda que, según un experimento realizado en un casino, se comprobó que los jugadores de dados que querían sacar números altos arrojaban el dado con fuerza, mientras que lo hacían con suavidad si deseaban un número bajo. No hace falta decir que no existe relación alguna entre la potencia y la cantidad de control que uno tiene sobre el dado, pero esto le da al jugador una sensación de poder a la que aferrarse en ese reino de adictivo caos; le hace creer que realmente está participando de ese juego en donde tristemente sólo juegan las leyes de la física.
Y... ¿no será la vida misma como un gran casino (hoy estoy hecho un poeta)? ¿Qué tanto control tenemos sobre la realidad? No me refiero al libre albedrío, sino a cosas mucho más concretas que podríamos hacer cada día creyendo que surten un efecto y que en realidad no hacen nada, como la fuerza ejercida al lanzar un dado. Eso me gustaría oír de ustedes, cosas cotidianas...
Me interrumpo. Mientras escribo en este instante, veo debajo un botón titulado "guardar ahora", que en realidad tampoco sirve de mucho, ya que el texto se guarda automáticamente cada pocos segundos. Pero seguramente enloquecería si ese botón no estuviese ahí. Si bien este sí funciona, el efecto ocurrirá de todas formas, lo presione o no. Es un tipo de placebo más ligero. Me desinterrumpo.
La cotidianidad informática está llena de botones placebo, desde el clásico "acepto los términos" al instalar un software hasta... ¿sabías que no hace falta escribir www delante de cada dirección web? ¡No! Sólo conozco dos o tres sitios que realmente lo requieren. De hecho, es una molestia para millones de personas –como yo– tener que hacer los preparativos necesarios para que se pueda acceder a cibermitanios.com.ar a través de www.cibermitanios.com.ar, cuando la verdadera dirección es la primera.
No serán botones pero son placebos, y dan cuenta de lo que nos hace la costumbre (es más, juro que acabo de apretar nuevamente el botón "guardar ahora").
Otro ejemplo, que va aún más allá: en un lugar donde trabajé unos años, había un termostato para controlar la temperatura de la sala. Lo cierto es que no funcionaba (en este caso porque estaba roto)... pero cuando alguien con demasiado frío o demasiado calor te ve mover la perilla se queda tranquilo. Al menos esa fue mi suposición hasta que reforcé mi creencia al enterarme de alguien que hizo instalar varias decenas de perillas placebo para que sus empleadas dejaran de quejarse por la temperatura. Así, cada una creía que controlaba el clima de su propio sector... y se acabaron los problemas.
No es tan diferente a lo que hacían los antiguos finlandeses que vendían viento. Vendían, en realidad una especie de pañuelo con tres nudos que, al ser desatados, provocaban una brisa por el primer nudo, un viento fuerte por el segundo y un vendaval por el tercero, por supuesto, esperando un tiempo razonable hasta que el "efecto" se hiciera presente. Eran nudos placebo, y los nudos eran lo más parecido a un botón en esa época.
Y con esto, pensando en otros ejemplos, no pude evitar sacarme el sombrero ante el más fantástico de todos, el botón placebo más grande de todos los tiempos: la religión. O, para ser más justo, los ritos que involucran a la superstición, sin referirme a ninguna religión en particular, siempre que esté fundada sobre prejuicios supersticiosos y rituales de transmisión folclórica.
Ahora, pulsa cada 108 minutos para que escriba el próximo post. Námaste.